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REVISTA110

ENSXXI Nº 114
MARZO - ABRIL 2024

Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista


LA PERSPECTIVA

En estos días, la coronación de Carlos III en Westminster, ha brindado a mayores y pequeñitos del mundo entero una desconcertante mixtura de arcaísmo y carnaval devolviendo máxima actualidad a las reflexiones Sobre el poder de William Shakespeare, que fueron incluidas en la serie magistral Great Ideas lanzada por Penguin Books, cuya versión española publicó Taurus en 2012. Los textos que la componen figuran agrupados en cuatro capítulos: El poder en el Gobierno; El poder en la familia; El poder en la guerra y la violencia y El poder del amor, entre hombres y mujeres. De las lecciones que el libro encierra, podrían destacarse, por ejemplo, las siguientes:

1.- en el Acto III, Escena III de Hamlet, príncipe de Dinamarca, Rosencrantz sostiene que: “Cuando sucumbe el monarca, la majestad real no muere sola, sino que, como un vórtice, arrastra consigo cuanto la rodea; es como una formidable rueda fija en la cumbre de una altísima montaña, y a cuyos enormes rayos están sujetas y adheridas diez mil piezas menores, que, al derrumbarse, arrastra consigo todos esos débiles adminículos que, como séquito mezquino, le acompañan en su impetuosa ruina”. Y concluye: “Nunca exhaló el rey a solas un suspiro sin que gima con él la nación entera”.
2.- en El rey Ricardo II, Acto III, Escena II, es el propio protagonista quien recomienda: “Dejad a un lado el respeto, la tradición, las formas, la cortesía de etiqueta, pues no habéis hecho todo este tiempo sino engañarme. Vivo de pan como vosotros; como vosotros, siento la necesidad, saboreo el dolor, necesito amigos”. Y se pregunta: “Siendo pues, esclavo de todo esto, ¿cómo podéis decirme que soy rey?”.
3.- en La vida del rey Enrique V, Acto IV, Escena I el monarca en un soliloquio se interroga: “¿qué poseen los reyes que no posean también los simples particulares, si no es el ceremonial, el perpetuo ceremonial? Y ¿qué eres tú, ídolo del ceremonial, qué clase de dios eres, que sufres más los dolores mortales de tus adoradores? ¿Dónde están tus rentas? ¿Dónde tus provechos? ¡Oh ceremonial! ¡Muéstrame lo que vales! ¿Qué tienes que te hace digno de adoración? ¿Hay en ti otra cosa que una situación, una condición, una forma, que crean en los otros hombres el respeto y el temor? Tú aportas menos dicha, puesto que engendras el temor, que no poseen los que temen. ¿Qué bebes con demasiada frecuencia, en lugar de un tierno homenaje, si no la lisonja emponzoñada?”. Y exclama con humor: “¡Oh, poderosa grandeza, muéstrate enferma y ordena luego a tu ceremonial curarte!”.

“¿Qué poseen los reyes que no posean también los simples particulares, si no es el ceremonial, el perpetuo ceremonial?”

Llegados aquí, conviene observar que todo ceremonial con una mínima consistencia implica un protocolo de precedencias y honores y prescribe un determinado código de vestimenta al que deben atenerse quienes hayan sido convocados, según se hace constar en las invitaciones formales bajo el epígrafe de etiqueta o dress code. En los ámbitos eclesiástico y castrense es en los que con mayor precisión se establecen las exigencias indumentarias, habida cuenta de que son las dos liturgias mejor definidas y más respetadas ya sea en las ceremonias festivas o en las funerarias, donde se gradúan los honores a rendir con precisión milimétrica. En ambas se determinan los ornamentos -vestiduras sagradas- que han de usar los clérigos celebrantes, o la uniformidad -Gran etiqueta, Etiqueta, Gala, Especial relevancia, Diario y Trabajo en sus diferentes modalidades- que han de vestir los militares, según lo dispuesto en la Orden Ministerial de Defensa DEF/1282/2019, de 19 de diciembre, por la que se modificaba la Orden DEF/1756/2016, de 28 de octubre, relativa a las normas de uniformidad y a los emblemas de las armas y cuerpos de las Fuerzas Armadas.

“Todo ceremonial con una mínima consistencia implica un protocolo de precedencias y honores y prescribe un determinado código de vestimenta”

Del respeto que merece la uniformidad puede dar idea el hecho de que la autoridad a quien se rinden honores haya de pasar revista a la formación, un rito cargado de simbolismo que pretende verificar la exactitud con que se cumple la etiqueta marcada para los que están presentando armas en filas. Sobre la vestimenta requerida en ocasiones señaladas trata la parábola que narra Mateo en el capítulo 22 de su Evangelio, donde Jesús compara el reino de los cielos con un rey que preparó el banquete de bodas a su hijo y envió a sus criados para que avisaran a los invitados, los cuales, desdeñosos, se excusaron de acudir y, entonces, dijo a sus siervos que salieran a los caminos y que a cuantos encontraran los llamaran a las bodas y la sala quedó llena de convidados. Entró el rey para ver a los que estaban a la mesa, vio allí a un hombre que no llevaba traje de boda y le dijo “amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?”. Él enmudeció y el rey ordenó que le ataran de pies y manos y lo arrojaran a las tinieblas exteriores donde habrá llanto y crujir de dientes.

“Se diría que la cólera de Yavé se ha trocado en tolerancia benévola respecto a las infracciones indumentarias en las que muchos incurren”

Ahora, se diría que la cólera de Yavé se ha trocado en tolerancia benévola respecto a las infracciones indumentarias en las que muchos incurren, ya sea por mero mero abandono y desaliño, ya sea por el propósito deliberado de llamar la atención. En ambos casos los infractores se saben a cubierto de cualquier riesgo de expulsión a las tinieblas y suficientemente empoderados como para replicar aquello de “usted no sabe con quién está hablando” a quien tuviera la osadía de leerles la cartilla. Ejemplos de esas actitudes pueden encontrarse de un lado y de otro. Así, tras el último parte de guerra del 1 de abril de 1939 -el de “la guerra ha terminado”-, los periódicos, por supuesto de los vencedores, insertaban anuncios de sombrererías bajo el lema de “los rojos no usaban sombrero”. Es decir, estimulando el despeje de cualquier equívoco cubriéndose con un sombrero que alejara a su portador de riesgos por asimilación en tiempos de juicios sumarísimos y fusilamientos. También ahora, salvadas las distancias de aquella época, para distinguirse de Pablo Manuel Iglesias y de los profetas del sincorbatismo que le siguen, algunos se anudan la corbata como si fuera la bandera de Iwo Jima.

“Para distinguirse de Pablo Manuel Iglesias y de los profetas del sincorbatismo que le siguen, algunos se anudan la corbata como si fuera la bandera de Iwo Jima”

La informalidad en la indumentaria cundió, de modo que tras las elecciones generales del 28 de abril de 2019 y las del 10 de noviembre de ese mismo año, algunos de “los representantes designados por los grupos políticos con representación parlamentaria” se exhibieron descorbatados en el palacio de la Zarzuela donde acudieron para la preceptiva consulta con el Rey, a que se refiere el artículo 99. 1 de la Constitución. El desaliño tenía precedentes en el Congreso de los Diputados donde aún se recuerdan las palabras del presidente de la Cámara el 20 de julio de 2011 cuando interpeló al ministro de Industria, el socialista Miguel Sebastián, quien se había tomado la libertad de quitarse la corbata. El pretexto que invocó fue que así podría elevarse hasta dos grados centígrados la temperatura del aire acondicionado del hemiciclo. Pero, una vez desactivada semejante excusa, José Bono rogó al ministro que “por respeto a los ujieres” volviera a ponerse la corbata. Ruego que fue desatendido. El caso del senador mosén Xirinacs, cuando acudió a finales de 1977 calzado con chirucas y sin corbata a una audiencia con el president Tarradellas, fue diferente. Porque éste, al verle de esa guisa, preguntó “¿Se’n va d’excursió mossèn?”e indicó a su secretaria “acompañe al señor senador a la salida porque no sabíamos que hoy iba de excursión y anda con mucha prisa, sin tiempo para entrevistarse conmigo”.

“La realidad demuestra que el desaliño indumentario de la casta es un signo de su distanciamiento frente a la formalidad a que se ve obligada la gente”

Veamos ahora si, como sostienen algunos, la informalidad en el vestir es un signo de proximidad al pueblo o si, por el contrario, la realidad demuestra que el desaliño indumentario de la casta es un signo de su distanciamiento frente a la formalidad a que se ve obligada la gente. La visibilidad del caso más extremo, que acaeció el 13 de enero de 2016, en el pleno para la constitución de la XI legislatura, cuando Carolina Bescansa, la diputada de Unidas Podemos, sentada en su escaño, dio de mamar a su bebé, puede ayudar a resolver la disyuntiva. Indiscutible que Bescansa se asegurara una foto de portada, sin otro valor noticioso que su improbabilidad, pero cuestión distinta es que fuera presentada como un gesto de los nuevos tiempos, de mayor cercanía al pueblo. Un periodista amigo desmontó el trampantojo aportando el testimonio de una ujier, con más de veinte años de servicio y tres hijos en su haber, quien interrogada al efecto le había confesado que nunca había dado de mamar en el mostrador a ninguno de ellos porque había en la planta de abajo una sala para hacerlo. O sea, que una ujier, que forma parte de la gente, lo hace donde corresponde, mientras que una diputada, que pertenece a la casta, se permite el desafío impune de la norma para hacerlo desde el escaño. Continuará.

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