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REVISTA110

ENSXXI Nº 123
SEPTIEMBRE - OCTUBRE 2025

Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista


LA PERSPECTIVA

En el calendario está señalado el campo de minas de los cincuentenarios que por todas partes avisan del peligro. Como dijo Julio Cerón, fundador del Frente de Liberación Popular (FELIPE), “cuando murió Franco el desconcierto fue grande: no había costumbre”. Cuando entonces, entrábamos en un territorio inexplorado sin traje de neopreno, sin brújula que nos orientara, sin altímetro que indicara a qué metros estábamos sobre el nivel medio del mar en Alicante, sin barómetro que nos permitiera pronosticar la temperie, sin palabras que nos permitieran entendernos.

Aquel general superlativo, que hace cincuenta años entraba en fase de eclipse total, se había impuesto desde su designación como Jefe del Estado y Generalísimo de las fuerzas nacionales de tierra, mar y aire al cargo de General Jefe de los Ejércitos de operaciones, por Decreto núm. 138 de la Junta de Defensa Nacional de España firmado por su presidente Miguel Cabanellas en Burgos el 29 de septiembre de 1936 y publicado en el Boletín Oficial del día siguiente. El así encumbrado tenía advertido a su entorno más próximo de que, escarmentado como estaba por lo sucedido al general Miguel Primo de Rivera, a él sólo le sacarían del Poder “con los pies por delante”. Por eso, reiteraba, para desesperación de quienes querían abreviarle, que “quien recibe el honor y acepta el peso del caudillaje, no puede darse al relevo ni al descanso”.

“Francisco Franco abominaba de la provisionalidad, nunca se puso plazo para las tareas que asumía”

 

Francisco Franco abominaba de la provisionalidad, nunca se puso plazo para ninguna de las tareas y misiones que asumía y pretendió, por ejemplo, en la Ley de Principios del Movimiento Nacional, de 17 de mayo de 1958, que los Principios así promulgados pasaran a ser “por su propia naturaleza, permanentes e inalterables”. Vale la pena volver sobre el preámbulo de esa Ley que se inicia de una manera memorable diciendo: “Yo, Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España, consciente de mi responsabilidad ante Dios y ante la Historia, en presencia de las Cortes del Reino, promulgo como Principios del Movimiento Nacional, entendido como comunión de los españoles en los ideales que dieron vida a la Cruzada, los siguientes…”. De manera que, desde su designación el 36, sin esperar los treinta y un años que se demoró la Ley Orgánica del Estado, fechada el 10 de enero de 1967, nuestro Caudillo se consideró sólo responsable ante Dios y ante la Historia. Al menos así lo proclamaba una y otra vez con solemnidad, aunque en la práctica el Caudillo también se sintiera responsable en alguna medida ante la prensa extranjera, realidad a partir de la cual algunos intentábamos incitar a los corresponsales de los medios franceses, alemanes, británicos y norteamericanos para que, supliendo a la prensa española amordazada, cumplieran la función crítica que los periodistas locales estábamos impedidos de ejercer.
La primera flebitis le fue diagnosticada a Franco el 9 de julio de 1974 y determinó su ingreso hospitalario y que se aplicara diez días más tarde, el 19, el artículo undécimo de la Ley Orgánica del Estado, a tenor del cual “Durante las ausencias del Jefe del Estado del territorio nacional, o en caso de enfermedad, asumirá sus funciones el heredero de la Corona, si lo hubiere y fuese mayor de treinta años, o, en su defecto, el Consejo de Regencia. En todo caso, el Presidente del Gobierno dará cuenta a las Cortes”. De modo que don Juan Carlos asumió interinamente la jefatura del Estado, de la que fue desalojado por sorpresa el 2 de septiembre, sin que el Caudillo emitiera señal alguna de la inminencia de su vuelta que alertara al Príncipe, que acababa de presidir el 30 de agosto el Consejo de Ministros celebrado en el Pazo de Meirás, residencia particular de Franco. Y sin que se diera cumplimiento a lo que se preceptuaba de que “En todo caso, el Presidente del Gobierno dará cuenta a las Cortes”. O sea, que la titularidad de la Jefatura del Estado se cambiaba mediante un alta médica que firmaba el “yernísimo” como si fuera un asunto estrictamente familiar y doméstico.

“El ‘prestigio del terror’ le ayudó para su forma de gobernar, como sostenía Arturo Soria y Espinosa”

A Franco le costaba morirse, pero los astros del sistema solar no se daban por notificados y seguían imperturbables en sus órbitas, confirmando la canción del “mundo gira” y tampoco se paralizaron los acontecimientos en el plano internacional. Así, lo ocurrido en el vecino Portugal, donde la Revolución de los Claveles, liderada por el Movimiento de las Fuerzas Armadas, acabó el 25 de abril de 1974 con la dictadura salazarista, donde Marcelo Caetano había reemplazado a Oliveira Salazar. El vértigo causado por el precedente luso y la aparición de la Unión Militar Democrática, a la que se atribuyeron las capacidades del MFA portugués, aceleró la escisión dentro del régimen franquista. De un lado, quedó el llamado “búnker”, decidido a resistir a toda costa, “con uñas y dientes”. De otro, un sector más perspicaz que buscaba la supervivencia política, consciente de que, o bien promovía la iniciativa de una reforma, o padecería la revolución que se haría a su costa. El “espejo portugués” actuó como catalizador de esa fractura del franquismo. Y mientras tanto, obtenida el alta médica y recuperada la plenitud del poder de la Jefatura del Estado en la que se mantiene su titular, desde el 2 de septiembre de 1974 hasta el 30 de octubre del 75, ese periodo ofrece la oportunidad de una especie de traca final, de vuelta a los orígenes, para recuperar el “prestigio del terror” que tanto le ayudó para su forma de gobernar, como sostenía Arturo Soria y Espinosa. Que apenas dos meses antes de su muerte Franco diera el “enterado” para cinco fusilamientos que se cumplieron a la luz del día: tres en Madrid, uno en Burgos y otro en Barcelona, es la última prueba de ignominia que impregna esas escenas finales de su enfermedad y muerte, donde se hacen visibles sus debilidades y sus obsesiones cainitas. Y en esos últimos compases es también patente el desconcierto ante el cambio en la Iglesia que alienta el Concilio Vaticano II, mientras al Régimen le resulta incomprensible que, con todos los privilegios y ayudas que le han sido concedidos la Iglesia, ahora, se coloque del otro lado o al menos dividida entre dos actitudes: por un lado, la del cardenal Tarancón, que quiere sintonizar con lo que va a venir como prueba su homilía en la Misa del Espíritu Santo, del 27 de noviembre de 1975, convertida en una segunda versión del discurso de la Corona, el de un rey para todos. Por otro, la del cardenal de Toledo, Marcelo González, que continúa en la línea franquista, como antes lo habían hecho otros dos cardenales, Isidoro Gomá y Enrique Pla y Deniel, que nunca le negaron a Franco el palio ni lo que hiciera falta.

“Nadie hubiera podido imaginar una muerte tan cruel como la que su propio entorno le impuso al Caudillo”

Ante el agravamiento del dictador se decidió, en contra del criterio de algunos miembros de la familia, prolongar artificialmente su agonía, que iba acompañada de tan inmensos dolores, que ni siquiera alcanzó a describir Pablo Neruda en su poema “El general Franco en los infiernos”. Nadie hubiera podido imaginar una muerte tan cruel como la que su propio entorno le impuso a Franco. Lo hicieron buscando su continuidad y la del Régimen porque si conseguían llegar al 26 de noviembre, pensaban que hubiera podido renovarse el mandato del presidente de las Cortes, Alejandro Rodríguez de Valcárcel, y garantizarse así un control a más largo plazo. Pero la prórroga fue insuficiente.

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