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Por: JAVIER GÓMEZ TABOADA
Abogado tributarista. Socio de MAIO LEGAL (www.maiolegal.com)


DERECHO FISCAL

Es una evidencia afirmar que los regímenes políticos democráticos, participativos, cimientan sus más profundas raíces en la confianza, la fe depositada en el “sistema”, entendiéndose por tal un conjunto de convenciones, de normas -algunas no escritas, pero mayoritariamente asumidas- que fijan las reglas de juego, el marco en el que se desarrolla la convivencia de la sociedad, al fin y al cabo, esos millones de individuos que interactúan entre sí de un modo no quizá armónico pero sí pacífico.

En ese escenario tiene una enorme, una inmensa relevancia la consideración social que merezcan las instituciones públicas, el poder. El poder debe ser acreedor de respeto, no de temor. Es, como apuntó Arendt, en las dictaduras donde la ciudadanía es sumisa con el poder por el terror, por el miedo. Si en una democracia ese temor es la amalgama social, mal van las cosas…; sería el principio del fin. Por ello, cuando las instituciones públicas pierden ese respeto social, anida primero el descreimiento, es decir, la ausencia de confianza en ellas y, después (ya como un mero resorte), la desafección. De la desafección generalizada al sálvese quien pueda, a la desbandada, al caos, ya es una mera cuestión de tiempo. Nada más.
No quiero pecar de alarmista, pero, hablando en términos estrictamente individuales (obviamente no soy un gurú), he de confesarles que de un tiempo -no breve- para aquí, ya vivo instalado en una firme sensación de descreimiento, de falta de fe en el sistema en el que se desenvuelve nuestra cotidiana realidad. Ya lo lamento, pero mentiría si les dijera lo contrario. Nada más lejos de mi intención que alentar el desánimo y -menos aún- la deserción…, pero no les voy a ocultar la realidad: desde una perspectiva de compromiso, de comunión de lo público con lo privado (aquello, según yo lo entiendo, no tiene más sentido que servir a esto, y a la inversa, en un ejercicio de continua y recíproca retroalimentación), cada vez veo más baldío el esfuerzo, el sacrificio, el quehacer diario.

“Tengo la sensación de estar ante una suerte del ‘día de la marmota’ en forma de política de hechos consumados”

Varios son los síntomas que sirven de combustible a este desaliento:
- El primero y principal, el no entender el mecanismo esencial de las cosas. Es decir, y centrándome -obviamente- en el específico ámbito tributario: si el esfuerzo fiscal (magnitud mucho más acertada que la presión fiscal pues, a diferencia de ésta, aquél pondera la pirámide de población, la renta per cápita, el ratio de paro y/o la economía sumergida, por ejemplo) ya supera el de nuestro entorno y, aun así, no llega ni de lejos para sostener nuestra estructura pública, abocándonos a un creciente endeudamiento…, ¿cuál es, pues, el final de esta película?, ¿quizá el abismo? Obviamente, no lo sé; pero sí sé que el argumento, hasta ahora, no me gusta y, además, me genera mucha inquietud.
- Seguidamente, la sensación de estar ante una suerte del “día de la marmota” en forma de política de hechos consumados. En mi ejercicio profesional me encuentro, una y otra vez, con frecuentes actuaciones administrativas que, siendo jurídicamente un dislate, no encuentran remedio hasta años cuando no lustros después… ¿es esto un genuino sistema de contrapesos?
- Tengo la impresión, un día sí y otro también, de ser testigo de una continua sucesión de hechos preocupantes: el modo en que el ciudadano, individualmente considerado, asume el elevado riesgo de ser laminado por las instituciones públicas como una mera mercancía susceptible de ser exprimida. De la misma manera que principios básicos de nuestra convivencia social como la mera presunción de inocencia -con su correspondiente anclaje constitucional- son arrumbados una y otra vez por presunciones legales -¡no constitucionales!- que, por ejemplo, avalarían una recaudación pero nunca la imposición de sanciones. ¡Y la rueda sigue girando!
- En el ámbito mediático, tímidamente, empiezan a hacerse eco de algunos de esos quijotes contemporáneos que, titánicamente, logran vencer al Leviatán, tras años de lucha; pero ese eco no acalla otro más ruidoso: el que sigue colocando a los empresarios -los llamados a crear empleo y riqueza, arriesgando su propio patrimonio y su reputación- en la picota de la continua sospecha, del reproche social. ¡Qué sinsentido!
- Esta sensación de indefensión que me inunda está alentada por evidencias diversas, emanadas de los distintos poderes del Estado. Así, por ejemplo:
i) por parte del Legislativo, el parir adefesios tales como -por ejemplo- el malhadado “valor de referencia”; todo un dislate que generará numerosas y graves injusticias, socavando principios claves de nuestra convivencia.
ii) por parte del Ejecutivo, una praxis abonada por una no inusual suspicacia frente al colectivo de contribuyentes; algo que se evidencia de un modo muy crudo en la forma cómo la presunción de validez de su actuación arrolla, en no pocas ocasiones, el esfuerzo probatorio desarrollado por aquellos.

“La actual situación coloca a la ciudadanía en una posición de sumisión”

iii) por parte del Judicial, su ya cansina y sempiterna lentitud (una Justicia lenta, ¿es Justicia?), ante palmarias irregularidades arrastradas desde la vía administrativa; generando una muy preocupante sensación de indefensión.
Todo ello coloca a la ciudadanía -no lo olvidemos, los paganinis del cotarro- en una posición de sumisión frente a un poder que, con la vista puesta en el interés general (ese mantra que todo lo absorbe), parece desbocado, ausente de control y con pérdida de perspectiva respecto a su genuina razón de ser: servir y no ser servido.
Créanme, ya me gustaría ser más optimista, pero la realidad es tozuda e insiste en negarme pruebas evidentes de que las cosas vayan a mejor. Creo, tengo la firme convicción de que el individuo está siendo acorralado, silenciado, ninguneado…, y todo ello en aras de muy elevados principios -siempre colectivos- que, pese a ello, ya empiezan a ser cuestionados por una creciente parte de nuestra sociedad. Y es que, como es bien sabido, el fin, por muy loable que pueda ser (y no seré yo quien le niegue tal carácter), nunca puede justificar los medios…
#ciudadaNOsúbdito

Palabras clave: Poderes del Estado, Descreimiento, Desafección.
Keywords: Authorities of the State, Unbelief, Disaffection.

Resumen

En los últimos tiempos, por parte de los diferentes poderes del Estado se está observando una deriva que, al menos en el ámbito tributario, coloca al individuo en una tan preocupante como manifiesta sensación de indefensión frente a las instituciones públicas. Ese escenario, al no contar con los deseables contrapesos (ni en tiempo ni en forma), evidencia una degradación de nuestro estatus cívico que es el perfecto caldo de cultivo para la falta de fe en las instituciones y, con ella, de la desafección.

Abstract

In recent times, the various authorities of the State have been subject to a lack of direction, which at least in the sphere of taxation places the individual in a worrying and evident situation of being defenceless against the public institutions. As a result of the lack of desirable counterweights (in terms of both time and form), this scenario highlights a decline in our civic status which is the perfect breeding ground for a lack of faith in institutions and consequently, for disaffection.

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