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RODRIGO TENA ARREGUI
Notario de Madrid

Caso Wikileaks

Uno de los efectos más interesantes del caso Wikileaks es la sorprendente asignación de responsabilidades que, entre los distintos protagonistas implicados, ha terminado por producirse en la práctica. Podemos descontar que Wikileaks, personificado en la persona de su presidente, Julian Assange, ha devenido el genuino malo de la película, ya sea por ensordecernos a todos con documentos que en el fondo carecen de importancia alguna, o por todo lo contrario, por poner en riesgo la seguridad de EEUU y del mundo libre en general (o incluso por las dos cosas a la vez). Mario Vargas Llosa ha llamado a Assange “internauta zahorí” y “exitoso entertainer”. Por su parte, Noé Biden, el vicepresidente de los Estados Unidos, le ha llegado a calificar nada menos que de “terrorista de alta tecnología”, y la Administración americana está buscando afanosamente cualquier resquicio que permita solicitar su extradición al amparo de la Espionage Act, una ley de 1917 que castiga las filtraciones que perjudiquen “la defensa nacional”.
Por contraste, ni el Gobierno de EEUU ni los periódicos beneficiarios de la filtración (Der Spiegel, El País, The Guardian, The New York Times y Le Monde) han recibido críticas o ataques serios, aunque, al menos por lo que hace al primero, la situación está empezando a cambiar a instancia del Partido Republicano; eso sí, con cierta moderación y cuidado, no vaya a ser que ellos mismos se vean implicados al final en el desbarajuste. Y es que, efectivamente, lo normal hubiera sido que el primer señalado por el dedo acusador hubiese sido el propio Departamento de Estado, y por dos importantes razones. Que un humilde empleado –parece que el soldado raso Bradley Manning- pueda acceder a una base de datos semejante, “tostarla” y filtrarla con total impunidad, a quién realmente deja en evidencia es al jefe máximo de su departamento: Hilary Clinton. Con total certeza podemos afirmar que el daño a la seguridad de EEUU, si realmente se ha producido, es imputable a su imprevisión y a la de sus predecesores. Y la prueba del nueve es que si el rey Abdullah de Arabia Saudita está irritado con alguien porque hoy el universo entero sabe que habitualmente insta a los americanos a “cortar la cabeza de la serpiente” iraní, es con sus interlocutores, y no con quien se ha aprovechado con extrema facilidad de un fallo de seguridad tan formidable. Todo ello, al margen, por supuesto, de la necesaria condena al Departamento de Estado por las malas prácticas que la filtración ha puesto de manifiesto. Éstas, en el fondo, son las que realmente dañan la seguridad del país (por lo menos a la larga), y no tanto que hayan sido reveladas.

"Wikileaks, personificado en la persona de su presidente, Julian Assange, ha devenido el genuino malo de la película, mientras que el Departamento de Estado y los periódicos, que en definitiva son los que están filtrando al público la información obtenida, no reciben apenas críticas"

Por otra parte, resulta también sorprendente que los periódicos que, en definitiva, son los que están filtrando al público la información obtenida, no reciban apenas críticas. Como si la libertad de prensa consagrada por la primera enmienda justificase por si sola llamar traidor a un australiano y dejar en paz al New York Times. Lo más que se ha llegado es a decir, normalmente por los periódicos no agraciados por semejante regalo, es que las filtraciones son un tostón aburrido, un catálogo de cosas sabidas que carece de interés alguno. No es así. En la información publicada hasta ahora hay de todo, pero incluso las cosas aparentemente más obvias (que Rusia es un Estado-mafia en donde manda Putin, que Berlusconi es un juerguista, o que los árabes odian a los iraníes) no dejan de tener su indudable interés. Imaginémonos cómo nos sentiríamos si un buen día averiguamos que el Departamento de Estado piensa que Rusia es un Estado de Derecho modélico, que Berlusconi es un austero prócer que sólo vela por el interés público, o que los árabes están dispuesto a aliarse con Irán para amenazar el mundo libre: completamente aterrados. Tranquiliza saber que la diplomacia de la primera potencia del mundo está integrada por gente sensata con ojos en la cara.
Sin embargo, el problema descansa precisamente en ponderar el coste que ha supuesto obtener esa tranquilidad. Es decir, no es lo mismo poner en peligro los canales (necesariamente secretos) de las diplomacias de los países democráticos -y la seguridad personal de las personas que colaboran con ellas- para publicar datos interesantes, pero conocidos o presumidos, que para denunciar malas prácticas o manifiestas ilegalidades. No es lo mismo publicar las conversaciones privadas de los líderes políticos en las que expresan sus opiniones sobre la coyuntura internacional, que las sucias maniobras llevadas a cabo en las Naciones Unidas o en algunos países aliados. No es lo mismo publicar los lugares que el Departamento de Estado considera de interés estratégico, que los casos de corrupción, abusos o incluso torturas llevadas a cabo con el beneplácito o complicidad de la diplomacia americana. Un editor responsable debería saber distinguir entre lo que vende, por escandaloso o interesante, pero que no ayuda en nada a mejorar la seguridad y calidad democrática de nuestras sociedades, y lo que resulta imprescindible conocer si es que queremos poner freno a las ilegalidades y a los abusos de poder. Y, en justa correspondencia, a nosotros, los ciudadanos, nos tocaría reflexionar sobre qué “sanción” es posible aplicar al editor que no ha sido capaz de asumir correctamente sus responsabilidades.

"Un editor responsable debería saber distinguir entre lo que vende, por escandaloso o interesante, pero que no ayuda en nada a mejorar la seguridad y calidad democrática de nuestras sociedades, y lo que resulta imprescindible conocer si es que queremos poner freno a las ilegalidades y a los abusos de poder"

Se podría discutir si esos diarios de prestigio internacional han estado en este caso a la altura o no, pero de lo que no cabe ninguna duda es que Wikileaks sale bastante indemne de esta crítica. No ha procedido a una difusión masiva de datos reservados, sino, por el contrario, a una muy selectiva, en un doble sentido. Por un lado, examina previamente la información y sólo la difunde si considera que, siendo de relevancia, no pone en peligro la seguridad de nadie, o si la pone es porque su valor lo justifica. En segundo lugar, únicamente la proporciona a cinco de los periódicos más prestigiosos del mundo, que son en definitiva los que la comunican al público, y respecto de los que se espera el conocimiento y responsabilidad suficiente para hacerlo de una manera adecuada.
Por eso mismo, la única vía posible de ataque es convertir a Wikileaks en cómplice activo de Manning o de cualquier otro que haya cometido el delito de quebrantar sus compromisos de confidencialidad y secreto. Pero, a menos que se demuestre una colaboración activa antes de la realización de la copia, algo que parece bastante improbable, Wikileaks sería tan inocente o culpable como Le Monde o El País. Porque, desde luego, lo que está bastante claro es que si se escoge la otra vía de ataque, basada en considerar que la información difundida pone en peligro la vida de de determinadas personas sin suficiente justificación, entonces Wikileaks es mucho menos responsable que Le Monde o El País.
Desde esta perspectiva, la existencia de Wikileaks es una gran noticia para las sociedades libres y democráticas que quieran seguir siéndolo. Se ha convertido en un instrumento de control del poder de primera categoría, en un lugar de referencia donde enviar información secreta que amenace el correcto funcionamiento del sistema democrático, eso sí, siempre que mantenga su disposición a publicarla por vías que, dentro de lo posible, garanticen su difusión responsable. Y, como ya ha anunciado, lo que constituye una magnífica noticia, su actividad no va a limitarse al control del poder público, sino también, lo que es especialmente importante en esta época, al cada vez más amenazante poder privado de las grandes instituciones financieras y corporaciones multinacionales.

"La existencia de Wikileaks es una gran noticia para las sociedades libres y democráticas que quieran seguir siéndolo. Se ha convertido en un instrumento de control del poder de primera categoría, eso sí, siempre que mantenga su disposición a publicar la información por vías que, dentro de lo posible, garanticen su difusión responsable"

Frente a la amenaza Wikileaks cabe reaccionar de cuatro maneras, dos negativas y dos positivas, y, sobra casi decirlo, nos tememos que las primeras son las que van a prevalecer. Puede, en primer lugar, estigmatizarse la amenaza como terrorismo cibernético y perseguirla en consecuencia, interponiendo cuantas acciones judiciales y medidas policiales sean factibles. Y cabe, en segundo lugar, limitarse a fortalecer los protocolos de seguridad con la esperanza de que algo así no vuelva a suceder. No cabe duda que fortalecer la seguridad es algo imperativo, pero la solución al problema no puede quedarse en eso. En la Edad de Internet, que apenas está comenzando, tales medidas, por si solas, están condenadas al fracaso. Wikileaks ya tienen muchas réplicas, y más que va a tener. Y al igual que ha demostrado la carrera de armamentos entre la espada y el escudo, o entre el misil y la guerra de las galaxias, la carrera de las filtraciones masivas no ha hecho más que empezar.
Por eso, la medida más inteligente que los gobiernos de las sociedades democráticas deberían adoptar sería la de desterrar definitivamente de sus arcana imperii los fondos de reptiles. Es decir, no hacer nada en privado de lo que no quepa rendir cuentas en público. Pero, la última medida, la más importante, es necesariamente nuestra, de la prensa y de la sociedad civil: ejercer el nuevo poder de control que los Wikileaks del mundo nos van a ofrecer a partir de ahora de una manera responsable, y estar dispuestos a castigar a aquellos de nosotros que no cumplan las expectativas. Que duda cabe que esta última medida es, también, la más difícil.

Abstract

One of the most interesting effects resulting from the Wikileaks case is the extraordinary way responsibilities have actually been assigned to the different actors involved. Wikileaks, personified by its president, Julian Assange, has become the baddy in this story, while the Department of State and the press (those actually leaking the obtained information to the public) have received almost no criticism at all. Responsible editors should be able to tell the difference between something that sells because it is shocking and interesting but useless to improve the security and democratic quality of our societies, and something that is vital to curb abuses of power and irregularities. The existence of Wikileaks is great news for free and democratic societies who intend to keep on like that. It has become a first class solution to control power, providing it maintains its willingness to publish information —as far as possible— by responsible means, just the way it has been until now.

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