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MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista

La constelación mediática española se sitúa en unas coordenadas político-espaciales que van desde la derecha centrada hasta la extrema derecha, salvo algunas excepciones muy contadas, inscritas en el cuadrante del centro derecha o de la izquierda moderada sin objeción de conciencia a la economía de mercado. Como en tantos otros países de la UE y del resto del Occidente democrático los medios de de comunicación de coloración política más bien izquierdista son una función que con el incremento de la variable tiempo tiende asintóticamente a cero. Es decir, una especie en peligro de extinción, que resulta del desistimiento de quienes impulsaron su nacimiento con una gran carga de ideales y convicciones y también de la incapacidad de adaptarse al cambio ambiental. 
La alegría de Gutenberg era que la imprenta permitiría la difusión de la Biblia. Pero enseguida se comprobaría cómo cobraba vida propia y se independizaba de las intenciones del inventor porque prestaría iguales servicios para dar a conocer las herejías de la Reforma o las ideas comunistas de El Capital, declaradas “intrínsecamente perversas” por el Papa de turno. También la prensa periódica pudo anidar inicialmente en el segmento del elitismo más exclusivo como “la poesía concebida como un lujo/ cultural por los neutrales/ denunciada en sus versos por Gabriel Celaya. Pero, a partir de finales del siglo XIX, la prensa se transformaba en “un arma cargada de futuro” que iba a ser empuñada en el combate por el cambio social. La difusión masiva iba a convertir a la prensa en un recurso básico para la instrucción y la movilización política y sindical, que promovían las organizaciones donde se encuadraban los ciudadanos y los trabajadores deseosos de liberarse de su alienación.

"Las economías de escala se traducían también en merma de la imparcialidad crítica debida a lectores de diarios, oyentes de emisoras o espectadores de canales de televisión. La coherencia que prescribe la consideración favorable a “los nuestros”, se adopta en detrimento de la lealtad debida a los lectores"

La alfabetización progresiva multiplicaba el número de los destinatarios potenciales de la prensa y se hubiera dicho que los periódicos orientados a la izquierda cobrarían una ventaja imbatible porque los desfavorecidos son siempre muchos más que los privilegiados. Sus expectativas de ventas serían muy superiores a las de las publicaciones de cualquier otra tendencia, partiendo del supuesto no siempre verificable de que los desfavorecidos tiendan a inclinarse hacia la izquierda. Claro que, enseguida, la fuente más importante de sostenimiento de la prensa periódica dejó de ser la mera venta de ejemplares y la condición cada vez más definitoria de los periódicos pasó a ser la de soporte publicitario. Nos explicaron entonces que la validez el valor de uso del soporte no guarda relación directamente proporcional con la difusión que alcanza el periódico porque debe ajustarse conforme al “poder adquisitivo” promedio del lector.
Así, la tirada, el número de copias vendidas, seguiría repercutiendo sobre el precio al que podrían comercializarse los espacios publicitarios pero se introducían nuevos factores de ponderación, conforme a las variables estadísticas definitorias del perfil promedio de los lectores. De manera que en adelante la edad, el sexo, la instrucción, los hábitos de consumo y el “poder adquisitivo” que configura la tipología del lector pasó a cobrar máxima relevancia. De ahí que los diarios deportivos, que en España están situados en el primer rango en términos de difusión, tengan tarifas publicitarias por completo discordantes con las ventas que acreditan. La causa es que los lectores de la prensa deportiva están catalogados entre los de menor poder adquisitivo. En sentido inverso, los diarios de información económica, con tiradas ínfimas, han pasado a ser considerados soportes publicitarios muy ventajosos por ir destinados a lectores con gran poder adquisitivo.
En definitiva, queda claro que ha perdido peso el lector-ciudadano o el lector-trabajador en favor del peso que ha ganado el lector-consumidor. Dicho en términos orwellianos: aunque todos los lectores sean iguales a la hora de adquirir el periódico, unos son más iguales que otros a la hora de atraer la presencia publicitaria en esos soportes. Sobre ese narcisismo de la pequeña diferencia se edifica el factor que multiplica o divide la influencia de la prensa y por ende la hace viable o ruinosa en términos económicos. Este rápido bosquejo histórico sirve para explicar a grandes rasgos la decadencia generalizada de la prensa de izquierda, nacida de los partidos y sindicatos de masas. Así se entiende su relevo por una determinada versión de la prensa popular, que enseguida quedó coloreada de amarillismo y se entregó al provechoso cultivo de las elementalidades sensacionalistas, a conectar con los bajos instintos y la vulgaridad siempre tan coreada, con renuncia a cualquier misión de pedagogía o de compromiso sindical o político.

"La prensa en manos de familias tradicionales se ha ido transformando en multimedia a partir de que los propietarios de diarios lograron comparecer con éxito ante los gobiernos para ser considerados como los aspirantes más idóneos a la obtención de las concesiones de frecuencias y canales de televisión"

Llegados aquí, en España pueden señalarse al menos tres características estructurales del sector de medios impresos, que contribuyen  a darle un perfil diferenciado. La primera, es la falta de diarios que enarbolen bandera amarilla, lo que lleva aparejada la negativa consecuencia de que el conjunto de la prensa amarillee y de que se pierdan los límites de lo que la prensa de calidad debe exigirse. La segunda característica es la desmesurada amplitud -en número, en difusión y en volumen de negocio- de la llamada “prensa del corazón”, que en otros países cuenta con muy pocos títulos. La tercera, es la desaparición de las revistas semanales de información general, incapaces de soportar en los últimos años la competencia de los suplementos dominicales de los diarios.
Además la prensa en manos de familias tradicionales se ha ido concentrando en grupos y los grupos, a su vez, se han ido transformando en multimedia, a partir del momento en que los propietarios de los diarios lograron comparecer con éxito ante los sucesivos gobiernos a escala nacional, autonómica o municipal para ser considerados como los aspirantes más idóneos a la obtención de las concesiones de frecuencias de radio y de canales de televisión que adjudicaban esas autoridades en sus respectivas áreas de competencia. Así, mediante un proceso de agregación que iba sumando al negocio de prensa inicial las frecuencias de radio y televisión obtenidas, avanzó la configuración de unos grupos de indiscutible lógica empresarial y repercusiones favorables sobre la cuenta de resultados.

"Ha perdido peso el lector-ciudadano o el lector-trabajador en favor del peso que ha ganado el lector-consumidor. Dicho en términos orwellianos: aunque todos los lectores sean iguales a la hora de adquirir el periódico, unos son más iguales que otros a la hora de atraer la presencia publicitaria en esos soportes"

Pero las economías de escala y sobre todo las famosas sinergias que afloraban se traducían también en merma de la imparcialidad crítica debida a tanto a los lectores de los diarios, como a los oyentes de las emisoras o a los espectadores de los canales de televisión considerados por separado aunque figuren encadenados al mismo grupo. En adelante los lectores de El País observarían por ejemplo que los libros o las películas procedentes de las empresas del grupo Prisa recibían un trato crítico más favorable que el dispensado a los de otra procedencia. Lo mismo sucedía en Abc o en El mundo tras la diversificación de sus empresas editoras –Vocento o Unidad Editorial-  para tomar protagonismo creciente en los ámbitos de la radio, la televisión, la producción cinematográfica o la edición de libros. La coherencia grupal, que prescribe la consideración favorable a “los nuestros”, se adopta siempre en detrimento de la lealtad sin contemplaciones debida en exclusiva a los lectores.
Son procesos para nada insólitos, que han tenido lugar también en otros países, como confirma la lectura del volumen The news about news. American Journalism in peril que han publicado Leonard Downie y Robert G. Kaisser, editores del Washington Post durante cuatro décadas, en la editorial Alfred A. Knopf de Nueva York. Pero esa constatación tampoco es consoladora. Conviene saber que según escriben los colegas la fortuna del buen periodismo en el nuevo siglo será un indicador básico de la salud de nuestra sociedad. Y sabemos que en cuanto a prestigio y credibilidad los medios siguen un escalafón inverso al de la amplitud de sus audiencias. De forma que la prensa escrita se antepone a todos los demás. El próximo día completaremos el panorama con algunas pinceladas que den cuenta de las interacciones entre los medios y el poder gubernamental tanto en lo que se refiere a la prensa como a la radio y la televisión.

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