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GUSTAVO MATÍAS
Profesor titular de Estructura Económica y Economía Internacional de la Universidad Autónoma de Madrid

ECONOMÍA

Ciclos y estructuras económicas suelen ser olvidados en el debate sobre las políticas, muchas veces por ignorados o evidentes. La constatación de los primeros nos llevaría al acuerdo de admitir que las cosas no cambiarían sustancialmente si en vez de Zapatero estuviera al frente el Gobierno otro político de la oposición o del PSOE. A su vez, el reconocimiento de la importancia de las segundas nos alejaría de la tentación de resumir el debate en si al Ejetivo español le quedan o no bazas ante la recesión.. Y, si la crisis se prolonga, la actuación ante ambos nos ayudaría a enderezar la situación, así como a desplegar una amplia panoplia de medidas estructurales, amén de algunas coyunturales. Medidas que mejorarían la demanda, aunque sobre todo tendrían que fijar su objetivo en adaptar e incluso ampliar la oferta, que es de donde han venido los problemas globales y españoles.       
Muchas de las controversias ante cómo actuar ante esta crisis se evitarían con una mirada al conjunto del bosque, no solo a algunos de sus árboles. El sesgo más común, tanto de quienes dicen que el Gobierno ha agotado su capacidad de maniobra como de quienes predican lo contrario, radica precisamente en toparse con un árbol e irse por las ramas. Por eso será todavía mejor si, además de ampliar nuestra mirada, la retrocedemos sólo dos años. Las conclusiones serían todavía más afirmativas y positivas si el enfoque fuera de dos décadas, o incluso de dos siglos, sobre todo si quisiéramos afrontar algunos problemas estructurales de raíz secular por estos lares. 

"El presidente parece albergar el propósito de aprovechar la Agenda de Lisboa, aprobada el año 2000 con el objetivo de convertir a Europa antes del 2010 en líder mundial de la economía del conocimiento, para un intento de poner al día todos los instrumentos para las reformas estructurales"

En el más breve e inmediato lapso de dos años, la economía mundial ha pasado de crecer un 5% a decrecer el 0,5% o a no crecer nada, según quien la valore. En ese mismo contexto, la economía española crecía al 4% y en el primer trimestre del 2008 habrá reducido su paso al -3%. España, si se compara con el resto de Europa, registra mayores oscilaciones que la mayoría de los países. Aquí tenemos una economía procíclica y amplificadora de los ciclos. Eso significa que, cuando Europa va bien, por estos lares las cosas van mejor, mientras que sucede a la inversa siempre que se tuercen. Sucede así por razones precisamente estructurales, derivadas sobre todo de las características de nuestra oferta. Pero paradójicamente casi todas las controversias se centran en la política de demanda, que en la práctica nacional hoy día se reduce a la fiscal.
En efecto, como la integración en Europa dejó a España en 1986 sin propia política comercial, y la adhesión al euro surgido en 1999 sin política cambiaria ni monetaria, el debate de cómo afrontar tan drástico frenazo de la demanda de consumo y de inversión se limita casi al ámbito fiscal. Es en este frente donde unos dicen desde la oposición que se ha hecho poco y mal por parte de un Ejecutivo incapaz o manirroto, e incluso algunos rematan afirmando que el deterioro ya no deja margen de actuación ante la enormidad del déficit y la deuda pública. A lo que desde el lado del Gobierno se replica que se ha hecho todo lo que se podía y debía. Ni tan calvo ni tanto.
¿Qué indican las cifras del primer año de drástica desaceleración y de inicio al final del 2008 del crecimiento negativo? Sencillamente, que los impuestos pagados por familias y empresas han disminuido nada menos que un 4,1% del PIB, hasta el 36,5%, en tanto que las transferencias del Estado a ese sector privado se elevaron en otros 0,9 puntos de PIB. Por tanto, la parte de la tarta o renta española inyectada por el sector público para compensar la caída de la demanda de consumo e inversión privadas ha sido del 5% del PIB, medida en la que se ha reducido la presión fiscal neta. ¿Que entretanto hemos pasado de un superávit del 2,2% en el 2007 a un déficit público del 3,8% y este puede tender del 6% al 8% del PIB en el 2009? Pues claro. Tanto como que, sin esa inyección, el consumo y la inversión hubieran caído mucho más, quizá sin reducir el déficit público, sino todo lo contrario.

"En lugar de recuperar el "santo temor" al déficit y la deuda en un país tan propenso al paro por causas estructurales, mejor sería extremar la inversión en infraestructuras capaces de elevar la productividad, lo que beneficiaría directamente a las empresas y a la calidad y cantidad de vida de los ciudadanos"

Otra historia es que ese juego de los llamados estabilizadores automáticos se deba a la intención o buena acción del Gobierno. Al contrario, se denominan así porque en gran parte escapan a su control: cuando la economía va mal los ingresos fiscales suelen ir peor --lógica y acrecentada consecuencia de la caída de la actividad-- y los gastos aumentan en funciones como subsidios de paro y pensiones, principalmente. Cuando la economía crece mucho, sucede lo contrario y tiende a existir superávit público, lo que también es bueno para evitar los desequilibrios. Como la economía española decíamos que es procíclica y amplificadora de los ciclos, tiende a acrecentar los auges o depresiones, por ejemplo de las compra-ventas de viviendas o las ganancias de capital, así como el paro o las prejubilaciones. Por tanto, entre nosotros tales estabilizadores tienen mayor fuerza anticíclica.
Esa movilización, aunque en su gran mayoría automática, del 5% del PIB español supera en proporción al esfuerzo realizado por los EEUU para la recuperación, equivalente al 4,5%, según las estimaciones manejadas ante la segunda reunión del G-20 por la nueva Administración de Obama, dirigidas a reclamar a los europeos que favorecezcan más el relanzamiento del consumo con el fin de sacar de su parón al comercio internacional por esa vía y frenando la protección arancelaria y no arancelaria. Frente a una mayor involucración anglosajona en los rescates bancarios, los alemanes y los franceses ni siquiera se han prodigado mucho, incluyen en sus cuentas de esfuerzo a esos estabilizadores  (3,5% del PIB en Alemania, 1,5% en Francia) y argumentan con razón que en Europa el choque es menos duro porque sus sistemas sociales amortiguan esos golpes.
Sucede además que no sólo hemos pasado --por causas estructurales como el mayor paro que mira de nuevo hacia el 20% tras bajar al 8% y la debilidad del tejido empresarial-- de ser campeones europeos en el crecimiento a batir algunos record de empeoramiento, sino que esas caídas de la producción y las rentas conseguidas con ella tienden a afectar en mayor medida al consumo, aunque para beneficio del otro destino alternativo (el ahorro), que así se recupera, como necesitábamos incluso con más fuerza que otros países que financiaron en el exterior su burbuja inmobiliaria, caso de EEUU, Irlanda y Gran Bretaña. El balance ha sido una elevación cercana al 5% del PIB en el ahorro privado, de la que no deberíamos quejarnos, aunque haya sustituido al ahorro público. Este ultimo ha pasado de batir un record histórico español del 7% del PIB en el 2007 a poco más del 1,3% en el 2008. Y si se mantuvo al alza es porque la Seguridad Social (verdadera fuente de los todos los superávit de años anteriores) no ha tenido tiempo de empeorar sus cuentas y de resultar aún más estabilizadora, como hará en el 2009. Este año las prestaciones sociales avanzarán otro 1,7% del PIB, hasta alcanzar el 14,0%, sobre todo por el mayor, y la tendencia seguirá mientras dure la recesión, lo que sólo sería tan preocupante si se alarga varios años, algo menos probable que la salida sea de un lento crecimiento para los años venideros, al menos si seguimos inermes ante la oferta. 

"La sustitución de ahorro privado por público ha impedido reducir el déficit exterior en mayor medida, aunque haya reemplazado también a un consumo que habría atenuado la recesión, aunque a costa de mantener en tasas record mundiales el déficit de la balanza de pagos por cuenta corriente"

Esta sustitución de ahorro privado por público ha impedido reducir el déficit exterior en mayor medida, aunque haya reemplazado también a un consumo que habría atenuado la recesión, aunque a costa de mantener en tasas record mundiales el déficit de la balanza de pagos por cuenta corriente. Pero como este déficit se explica porque producimos menos de lo que consumimos e invertimos, hay que financiarlo importando capitales del exterior. Era así altamente indeseable, y quizá hasta insostenible por mas tiempo, en un contexto mundial caracterizado por la falta de crédito, generada por la crisis financiera y de confianza incluso de unos bancos en otros, que paralizó hace ya casi dos años el mercado interbancario y dificultó la financiación de empresas y familias.
Estas causas financiera de la actual crisis global ha añadido a las tradicionales funciones estabilizadoras de la política fiscal contracíclica de la demanda una exigencia adicional: la de complementar las medidas monetarias, destinadas a garantizar la liquidez, con otras inyecciones fiscales o de dinero público para apuntalar la solvencia y salvar de la quiebra a importantes instituciones financieras. El problema que ha causado la actual recesión era precisamente la desconfianza ante el excesivo apalancamiento crediticio de empresas y familias, con aumento del riesgo bancario y explosión de la morosidad, que en España ha pasado en solo un año de menos del 0,3% de los saldos vivos a más del 3%. Y lo han tenido que resolver los poderes públicos, en otros países más que en España, al menos hasta la intervención de la Caja de Ahorros de Castilla la Mancha, sustituyendo esos apalancamientos con otros de los bancos centrales y de los gobiernos, tarea en la que han destacado los EEUU liberales, que llevan empleados más de dos billones de dólares.            
Por tanto, no deberíamos quejarnos de que aumente el déficit público y la deuda pública, y menos en momentos como el actual de recorte de los tipos de interés, siempre y cuando podamos financiarlos en el exterior incluso pagando mayores diferenciales de interés con el bono alemán. La deuda pública no es mala por sí, al menos mientras se mantenga como es el caso en tasas comparativamente razonables para un país estructuralmente tan amplificador de los ciclos. Es la contrapartida de los citados "estabilizadores automáticos", por lo que debe crecer en la recesión y reducirse en la expansión, como ha hecho la española. Lo preocupante sería el aumento de la deuda también en un ciclo alcista. Para que eso no ocurra tenemos que imitar a Alemania y otros grandes exportadores potenciando una competitividad en la que todavía puede decir mucho la política fiscal, por ejemplo en las rebajas impositivas a empresas y familias vinculadas al empleo o mediante una reducción de cotizaciones sociales compensada por la subida del IVA que en estos momentos no afectaría a la inflación y en cambio haría las veces de una devaluación ya imposible de la propia divisa.
En lugar de recuperar el "santo temor" al déficit y la deuda en un país tan propenso al paro por causas estructurales, tanto si va a llegar al 8% como mejor si queda en el 6%, mejor sería extremar la inversión en infraestructuras capaces de elevar la productividad y reducir externalidades negativas, lo que como otras muchas medidas que sintonizan la política fiscal con las de oferta beneficiaría directamente a las empresas y a la calidad y cantidad de vida de los ciudadanos, además al incrementar el crecimiento potencial de la economía española. Similar efecto de impulsar el empleo, la recuperación y el retorno a un nuevo ciclo de crecimiento sostenido en el medio y largo plazo lo tendría la imperiosa necesidad de mejorar el medioambiente con dinero y con normas más efectivas, lo que de paso ahuyentaría la amenaza europea de privar a España por sus incumplimientos de parte de los 33.000 millones de euros que recibirá en fondos estructurales hasta el 2013. En ambos casos, algo de imaginazación y flexibilidad podría captar financiación e inversiones privadas, como en otros frentes de las muy diversas y necesarias redes, así como incluso ante las no menos importantes dotaciones de infraestructuras para servicios como la sanidad, la educación, la cultura y el ocio. 

"Como el déficit se explica porque producimos menos de lo que consumimos e invertimos, hay que financiarlo importando capitales del exterior. Es altamente indeseable, y quizá hasta insostenible en un contexto mundial caracterizado por la falta de crédito, generada por la crisis financiera"

Estas y otras ampliaciones de las infraestructuras como las telecomunicaciones, clave en toda política de ampliación y mejora de la oferta, contribuirían a elevar la productividad y con ella la competitividad, aliviando una secular desventaja con Europa. Hasta el Nobel Krugman, que como ha dicho Boyer es novel en economía española, se permitió ante Zapatero poner esa mayor productividad como condición sine qua non para que España se recupere con Europa y no mucho mas tarde. Lo hizo para criticar la prioridad en el modo de sanear los bancos, pero tiene razón. Esa nuestra falta de productividad, es un secular fallo de libro, de los que a largo plazo siempre pasan factura. Lo acaba de corroborar el actual final de los desajustes de las ultimas décadas entre la producción y el ahorro en los países de mayor burbuja inmobiliaria y mayor déficit por cuenta corriente; la teoría decía que eran insostenibles y hoy sabemos que sólo los sostenía el poder autorregulado de una banca de negocios que actuaba de infraestructura institucional de la globalización.
Ahora que hemos perdido de nuevo como en los setenta ese modelo de crecimiento basado en el sector de la construcción e inmobiliario, con apoyo del sector turístico y sobre todo de los bajos tipos de interés que trajo el euro, después de crear en los últimos 12 años mas de seis millones de empleos sobre todo de salarios bajos que nos han hecho retroceder en productividad, ahora debemos aplicarnos a sacar del  estancamiento la productividad para ganar competitividad por esa vía estructural y de oferta que nos lleva a revalorizar las políticas de capital humano, innovación, educación, justicia y otras instituciones, como la seguridad jurídica de la propiedad que se discute en el hundido mercado del alquiler para impulsar al mercado inmobiliario.  
Aún más importantes para el cambio estructural que las infraestructuras facilitadoras de relaciones desde lo material lo son las instituciones de todo tipo. Estas tienen la misma función que aquellas en una economía ya mucho más inmaterial que material, como la de los actuales países desarrollados, donde vengo diciendo que el modelo tradicional de economía de la materia movida por la energía pierde cada día más importancia ante la nueva economía de la información movida por el conocimiento.
Aquí, y más en un país tan atrasado como el nuestro en reformas institucionales, es donde más margen y potencial tienen las políticas de ampliación y mejora de la oferta, como serían las reformas institucionales. Acabo de leer lo que escribía el ultimo domingo de marzo Carlos E. Rodríguez en Diario de Avisos, y no puedo estar más de acuerdo ante la "mala posición de España no solo en innovación, sino en la mayoría de los famosos doce pilares del ranking de la competitividad internacional (innovación, instituciones, infraestructuras, estabilidad macroeconómica, sanidad, educación, formación, eficiencia de los mercados de bienes, eficiencia del mercado laboral, adaptación de las nuevas tecnologías, sofisticación empresarial y tamaño del mercado). Entre los 34 países analizados, España ocupa el puesto 96 en eficiencia del mercado laboral, el 41 en eficiencia de mercados y bienes, y el 39 en innovación, muy lejos no solo de Estados Unidos, Finlandia, Suiza, Japón, Israel, Taiwán y Corea, sino también rezagados respecto a vecinos europeos como Alemania, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Austria, Francia, Reino Unido o Islandia".  
En esa lista, así como en los últimos trabajos sobre las instituciones dirigidos por Carlos Sebastián, deberíamos sacar la agenda para que Gobierno y oposición, sindicatos y patronales, aparquen por un tiempo sus lógicas pero menores querellas y se pongan de acuerdo en la agenda de reformas fundamentales, entre ellas la del mercado de trabajo, necesarias para consolidar el modelo de desarrollo español y terminar de insertar nuestra economía en la europea y la mundial durante al menos la próxima década. En tiempos peores como los de la crisis económica y política de 1977 lo hicieron, aunque también entonces se centraron más en lo coyuntural para volver a sus querellas y olvidar lo estructural tras aprobarse la Constitución de 1978.
En los próximos meses, mas allá de secundar los llamamientos del G-20 para estabilizar la economía, sanear el sistema financiero y avanzar hacia la autoridad que surja de las nuevas normas de regulación y supervisión tan serias como las sacadas por España de su experiencia de crisis bancaria de los ochenta para ahuyentar toda autorregulación y frenar a los fondos de cobertura, la negociación de derivados financieros, los pagos de los ejecutivos y otros riesgos en candelero, hace falta acometer de una vez por todas la política de innovación y conocimiento en su más amplio sentido, que debería extenderse a sectores tan importantes como el energético. Recordaba Carlos E. Rodríguez que en ese pilar esencial que es la innovación, entre los 15 países de la UE previa a la ampliación, solo Italia y Grecia quedan por detrás de España.   
Ante este gran frente, Zapatero va a tener una oportunidad de oro para revalidar las políticas de oferta con motivo de la tercera presidencia española de la UE, en el primer semestre del 2010. Si para entonces no se nota la recuperación y las elecciones alemanas de septiembre no cambian el signo, habrá que evitar que, en el contexto del proteccionismo que como en los años 30 amenaza al mundo en general y a la Unión Europea en particular, España siga relegada entre los llamados PIGS cuando se decida si Europa asume dos velocidades tras la puesta en marcha del Tratado de Lisboa.
Nos jugamos mucho en el envite, aunque el presidente ha dado muestras de ser consciente, al declarar a finales de marzo que su Gobierno ha hecho todo lo que debía ante la crisis (ese mismo día aprobaba la aplicación de la directiva comunitaria de liberalización del sector servicios, que afecta entre otros a los colegios profesionales) y ahora cabe esperar unos meses a ver si fuera necesario un "esfuerzo diferente, consensuado y selectivo" para concentrarse en dos grandes sectores, que serán los factores centrales de la nueva etapa económica mundial, así como en los años 90 lo ha sido la economía de la información. Me refiero, en primer lugar, a la economía verde o sostenible, al ahorro energético, a las energías renovables y la reutilización del agua o de los residuos. Y, en segundo lugar, a todo lo que está relacionado con la innovación en las empresas, las biotecnologías y las ciencias de la salud y de la vida."  

"España registra mayores oscilaciones que la mayoría de los países. Tenemos una economía procíclica y amplificadora de los ciclos. Cuando Europa va bien, por estos lares las cosas van mejor, mientras que a la inversa siempre que se tuercen, por razones estructurales, derivadas de las características de nuestra oferta"

Aunque ni la prensa ni la oposición lo hayan advertido hasta ahora, el presidente parece albergar tras esas palabras el brillante e imperativo propósito de aprovechar el vencimiento de la Estrategia o Agenda de Lisboa, aprobada el año 2000 con el objetivo de convertir a Europa antes del 2010 en líder mundial de la economía del conocimiento, para lanzar una nueva iniciativa de similar calibre. Esto significaría un intento de poner al día todos los instrumentos para las reformas estructurales, incluyendo principalmente las políticas de la energía y su vinculación con las políticas de la Europa del conocimiento.  Iniciativa más que justificada por el momento crucial de la humanidad y desde una perspectiva teórica (esperemos al éxito del libro que acaba de publicar Jaime Terceiro sobre la Economía del cambio climático), pues la energía será en las próximas décadas el mayor problema mundial y toda revolución energética se ha debido a innovaciones o aplicaciones del conocimiento para ganar eficiencia.  Efectivamente, es esa nueva revolución en ciernes la que, con acuerdo o sin acuerdo europeo, permitirá superar la crisis actual de la economía real una vez que se recomponga la financiera, al igual que la nueva economía de la información permitió sin una guerra mundial de por medio superar la anterior crisis de los años setenta e incluso favorecer el fin de la guerra fría a cuyo servicio surgió la primera base de la actual Internet.

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