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JOAQUÍN ESTEFANÍA
Periodista y economista. Fue director de EL PAÍS entre 1988 y 1993

ECONOMÍA

Una parte de la gente, cuando se le pide opinión espontánea poniéndole un micrófono ante la boca, se manifiesta harta de los diagnósticos de la crisis económica y de sus banalidades. No quiere que se le hable más de la misma, sino que le resuelvan sus problemas. Otra parte de la opinión pública, la más formada, requiere rigor por parte de los medios de comunicación a la hora de tratar de los asuntos económicos en tiempos de turbulencias, puesto que sin ese rigor los pronósticos devienen en pánico y en decisiones mal tomadas. No es lo mismo que esta crisis se parezca a la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado que a la japonesa de los años noventa, por ejemplo.
Todo esto plantea un asunto que no siempre está en primer plano: la información en tiempos de crisis. No hay tema más actual. Hace unos meses recibí un correo electrónico de un historiador económico muy reputado, que decía: “Me pregunto hasta qué punto los medios y muchos expertos están alentando el pánico con presupuestos no siempre reales. Creo que su responsabilidad e influencia son grandes y aunque su obligación es poner el dedo en la llaga, hay que esforzarse en hacerlo con fundamento”.
Entonces, la crisis económica todavía no tenía las aristas tan profundas, prolongadas y multidisciplinares de hoy, cuando ya sabemos que experimenta el potencial de ser tan significativa como las peores recesiones conocidas. Lo primero que hay que tratar es de no ser adanistas. Hay que tener en cuenta lo que el historiador Charles Kindleberger (esencial para entender hoy lo que sucede) escribe en su maravilloso libro, titulado expresivamente Manías, pánicos y cracs. Historia de las crisis financieras: que éstas las ha habido desde el siglo XVIII, que todas tuvieron su principio y su final, y que se han repetido machaconamente a lo largo de los años a pesar del empecinamiento de cada generación por creer que no habría más.

"En la reciente crisis de la Caja de Castilla La Mancha, una parte de sus problemas tuvo que ver con los rumores que la acecharon casi desde la campaña electoral del primer trimestre de 2008. Partieron del mundo de la política y encontraron terreno abonado en una parte de los medios de comunicación"

Al mismo tiempo que llegaba el correo electrónico citado antes, en el que el autor se mostraba preocupado por la contradicción entre lo que salía en los medios de comunicación  y lo que él enseñaba a sus alumnos, circulaba en la red un artículo que se titulaba, también muy expresivamente: ¿Son los medios de comunicación parcialmente responsables del pánico?  Su autor, Tyler McKinna, se preguntaba: “¿Son imaginaciones mías o da la impresión de que los medios de comunicación están teniendo mucho que ver con el pánico generalizado que se ha adueñado del globo? Sé que el objetivo de los medios de comunicación es vender periódicos pero, aún así, me pregunto, por qué siempre parece que hacen hincapié en lo negativo. Esto sólo sirve para alimentar el pánico y, consiguientemente, para que un mercado ya irracional de por sí se desligue aún más de sus fundamentos. ¿No deberían, en algún momento, plantearse el hacer hincapié en algunas cosas positivas como las empresas que siguen pagando dividendos, el aumento de la liquidez, la flexibilización del crédito interbancario, etcétera, en vez de alimentar el pánico?... ¿Es pedir demasiado que se ofrezca una información equilibrada?; la gente de la calle, presa del pánico y debido al sensacionalismo de la situación que transmiten los medios, no es capaz de distinguir entre las opiniones y los hechos.
Son cuestiones muy significativas sobre las que raras veces reflexionamos en los medios de comunicación, obsesionados por la información política y los aspectos relacionados con la intimidad y el derecho al honor de las personas. En las redacciones habitualmente estamos tan ocupados que pocas veces hablamos de periodismo. ¿Se ejerce desde los medios un pesimismo irredento o, en general, se reproduce básicamente lo que ocurre? En Gran Bretaña, inquietos por el asunto, la Comisión de Economía de la Cámara de los Comunes, a principios de este año propuso –dentro de un proyecto para elaborar cambios regulatorios en el sistema financiero- que los periodistas económicos “operasen bajo algún tipo de restricción” durante las etapas de turbulencia. Evidentemente, a los periodistas no nos gustan nada las restricciones legales. Si se produjeran, ¿quién daría la voz de alarma en una coyuntura en la que la mayoría de los organismos reguladores han fallado en su labor? Quien primero denunció lo que estaba sucediendo en Enron no fueron las compañías auditoras, ni los bancos de inversión, ni los ejecutivos de la compañía, ni el organismo supervisor de las empresas que cotizan en bolsa, sino una periodista de la revista Forbes.
Pero ello no resuelve el asunto del sensacionalismo, ni los abusos o los delitos. Por ejemplo, el de iniciados (información privilegiada) que a veces se vehicula a través de los medios de comunicación: la máquina de los rumores, una empresa implacable pero de una eficacia temible. Su materia prima es una siniestra mezcla de codicia, miedo, ignorancia y credulidad. No me cabe duda de que, en la reciente crisis de la Caja de Castilla La Mancha, una parte de sus problemas tuvo que ver con los rumores que la acecharon desde hacía muchos meses, casi desde la campaña electoral del primer trimestre de 2008. Esos rumores partieron del mundo de la política y encontraron terreno abonado en una parte de los medios de comunicación. La multiplicación de medios digitales no hace más que abundar en el problema y en la reflexión necesaria.
El texto de McKinna fue publicado a principios del año actual. Un trimestre después, la realidad de la economía en el mundo se acerca más a la descripción general que hacen los medios que a la que proponía el articulista. Sin embargo, sus análisis pueden servir de plataforma para un debate inacabado.

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