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FERNANDO RODRÍGUEZ PRIETO
Notario de Coslada (Madrid)

El último terremoto que ha devastado Puerto Príncipe, la capital de Haití, en la isla de La Española, ha atraído de nuevo la atención de la opinión pública internacional sobre este país, el más pobre de América, en el que parecen darse cita todas las desdichas. Lo que nos puede permitir una reflexión sobre la pobreza en estos llamados estados fallidos, y sus posibles remedios.
La historia de esta nación es ciertamente singular. A finales del siglo XVIII la entonces colonia francesa de Saint-Domingue era probablemente la más rica del mundo, gracias a la proliferación de plantaciones de azúcar, café y otros productos. Su economía se basaba en el uso de gran cantidad de esclavos que vivían y trabajaban en penosas condiciones. Y la sociedad resultante se organizaba en diversos grupos basados en la raza y el poder económico, con los mulatos ocupando los estratos intermedios. La Revolución Francesa de 11 de septiembre de 1789 tuvo un fuerte impacto sobre esta sociedad racista y esclavista. Las ideas de igualdad y libertad, y la lucha por la abolición de la esclavitud, se propagaron por la colonia, y a partir de 1791 comienzan una serie de rebeliones, que concluyen en una auténtica Revolución en varias etapas, con fases de extrema violencia. Así, al amparo de las guerras napoleónicas, el 1 de de  enero de 1804, tras la derrota definitiva de las tropas francesas, Haití proclama su independencia y se convierte en el primer Estado independiente de América Latina.

"La Fundación Matritense del Notariado con la Jornada del 24 de mayo quiere colaborar a una reflexión crítica sobre las políticas de cooperación para el desarrollo"

Estado de características originales. Es la primera república negra del mundo, y una de las pocas rebeliones de esclavos culminada con éxito. Los blancos son masivamente exterminados o expulsados del país, y con ellos se pierde la parte de población más preparada técnica y culturalmente. La esclavitud es abolida, pero la economía de plantaciones que en ella se basaba se derrumba y es sustituida por una economía de pura subsistencia.
Haití sufre a partir de su independencia un largo período de aislamiento internacional. Tanto las potencias europeas, encabezadas por Francia, como los Estados Unidos no admitían la existencia de una nación gobernada por ex esclavos que cuestionaba sus propios sistemas esclavistas o coloniales. Francia sólo reconoce la nueva nación en 1826, y a cambio del pago de 150 millones de francos-oro.  El Congreso de Estados Unidos, por su parte, prohibió el comercio con Haití, y el nuevo estado sólo fue reconocido en 1862, durante la presidencia de Abraham Lincon.
A estas dificultades hay que añadir las derivadas de la inestabilidad de sus gobiernos, y sus luchas intestinas. Y las difíciles relaciones  con la parte hispana de la isla, menos poblada y más vulnerable. Ésta se había independizado en diciembre de 1821 bajo el nombre de Estado Independiente del Haití Español, pero muy poco después, en 1822, fue invadida, sometida y anexionada por Haití. No recobró su independencia hasta 1844. Y el miedo a una nueva invasión fue siempre una constante en la historia dominicana. Hasta el punto que llegó a ocasionar que en 1861 se volviera a unir voluntariamente a España, hecho insólito en la historia de la descolonización, que duró hasta la restauración de su definitiva independencia en 1865. Este miedo dio también lugar a otra matanza hoy casi olvidada: en septiembre de 1937 el ejército dominicano a las órdenes del presidente Trujillo, ante el temor de una progresiva colonización, decidió eliminar a todos los haitianos de las zonas fronterizas con Haití.. Así, más de 15 mil que no pudieron huir fueron asesinados en la llamada “Masacre del Perejil”, pues la orden fue exterminar a toda persona que no pudiera pronunciar bien en español dicha palabra.

"Haití puede presentarse como paradigma del fracaso de la política de ayuda al desarrollo"

La historia de Haití hasta nuestros días se ha caracterizado por la pobreza y el mal gobierno. De la pobreza han derivado otros problemas, como la explosión demográfica. De menos de cuatro millones de habitantes en 1960, la nación ha pasado a tener más de diez en nuestros días, a pesar de lo exiguo de su territorio, convirtiéndose en un foco de emigración pues sólo en ésta pueden hoy muchos haitianos encontrar esperanzas de progreso. Vía por la que el país suele perder gran parte de la población con más nivel educativo. Por otra parte el 98% de los bosques originarios han sido talados por la población para procurarse  combustible de cocina, con la destrucción en ese proceso de multitud de suelos fértiles. La erosión a causa de la deforestación causa periódicamente inundaciones devastadoras. Y a esta serie hay que añadir el último terremoto del 12 de enero, más letal que la bomba en Hiroshima, que ha causado más de 200.000 fallecidos.
Esta sumaria visión de este país supone una buena ocasión para plantearnos los problemas que en ciertos lugares encuentra el camino al desarrollo y la eficacia de las ayudas. Pues el fracaso económico no ha sido solucionado por la ingente ayuda al desarrollo que Haití ha venido recibiendo en las últimas décadas.  Ayuda no del todo desinteresada, pues a partir de los años 60 se impulsó también para evitar circunstancias que favorecieran la propagación de la Revolución Cubana a La Española.
En contra de lo que demasiadas veces se dice, no es verdad que este estancamiento en la extrema pobreza sea una situación general en el mundo subdesarrollado durante las últimas décadas. Una mayoría de sus habitantes, alrededor de cuatro mil millones, vive en países que realmente están desarrollándose, y con frecuencia a una velocidad sorprendente. Pero en este panorama general positivo unos mil millones viven en países de los que sí se puede decir que, ocupando los últimos puestos de la economía mundial, están sufriendo un verdadero estancamiento, con un ritmo de crecimiento en las últimas décadas incluso negativo. En estos la brecha, no ya con los países ricos, sino incluso con los países en desarrollo en los que hoy vive la mayoría de la población mundial, no hace sino agrandarse. A este grupo, formado básicamente por una mayoría de países africanos y otros pocos más en otras latitudes, pertenece Haití.
No creemos que pueda decirse que para estos países el estado de grave pobreza sea una maldición de la que no sea posible escapar. En los años setenta del pasado siglo existían otros países semejantes en pobreza a Haití, también con escasez de recursos naturales y altas densidades de población, que aplicando mejores políticas han sabido encontrar el camino del desarrollo. Como por ejemplo Bangladesh, que partiendo de una situación claramente peor a la haitiana hace 40 años, y a pesar de contar con un grado semejante de corrupción en su administración pública, y sin recibir en proporción tanta ayuda internacional, gracias a su situación y a haber sabido aplicar mejores políticas, ya se ha incorporado al grupo de países asiáticos en fuerte crecimiento.

"El mal gobierno y las circunstancias históricas han llevado a Haití de ser la colonia más rica a ser el país más pobre de América"

No es extraño que se hayan empezado a levantar voces que aboguen por la supresión de toda ayuda al desarrollo como contraproducente. Nosotros no creemos en esa radical solución. Y no sólo por motivos humanitarios. Un mundo cada vez más interrelacionado y vulnerable no puede permitirse el lujo de de conservar en su seno estas bolsas de miseria y caos social, y sin la ayuda del resto del mundo será muy difícil que abandonen esa condición. Pero sí es necesario plantear una mirada crítica a los sistemas de ayuda al desarrollo hasta ahora implementados, a los que se ha acusado probablemente con razón de actuar con frecuencia con más corazón que sentido común y cabeza, y de someterse en demasiadas ocasiones a los particulares intereses de las burocracias que a su sombra se han generado. Crítica a la que, por cierto, hasta ahora la mayoría de los organismos dedicados al desarrollo han sido reacios, negándose a reconocer un problema de ineficacia que se va haciendo cada vez más evidente. Frente a esta resistencia, diversos economistas y expertos, entre los que podemos destacar las aportaciones de Paul Collier, han levantado ya la bandera de la necesidad de reformas y de una nueva orientación en la cooperación.
En la Fundación Matritense del Notariado estamos también convencidos de la necesidad de un análisis crítico de la ayuda al desarrollo que hemos vivido, y de abrirse a nuevas ideas y propuestas. Por eso, en colaboración con la Comunidad de Madrid hemos convocado una Jornada abierta para poder escuchar las reflexiones y conclusiones sobre la materia de grandes expertos a nivel internacional, que se celebrará en las dependencias del Colegio Notarial el lunes 24 de mayo, bajo el título “una reflexión sobre las teorías del desarrollo y la cooperación”. Jornada a la que pueden asistir todas las personas preocupadas por el futuro global de nuestro planeta. Estamos seguros de que con mucho de lo que allí se aporte casos como el de Haití podrán contemplarse con mucho más optimismo

Abstract

The attention of the international public opinion has been drawn again over Haiti, whose capital —Puerto Principe, in La Española Island— has been devastated by an earthquake. Haiti is America's poorest country and all kind of misery seems to take place there. This situation gives us the opportunity to think about poverty in these so called failed estates and its possible cure.
We do not believe that it is fair to say that the estate of serious poverty these countries are in is a curse from which they cannot escape. However, it is not strange that some voices have started to rise defending the elimination of all development aid as counterproductive. We do not believe in that extreme solution, not only for humanitarian reasons but because we cannot allow these blighted and socially chaotic areas within a world more and more cross-linked and vulnerable. These areas will surely need the help of the rest of the world to try to escape from their situation.
But it is indeed necessary to look critically to the systems of development aid implemented so far. They have probably rightly been acused of acting frecuently more guided by heart than by reason and common sense, and to lie too many times under the individual interests of burocracies that have grown in their shadow.

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