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FRANCISCO MOCHÓN MORCILLO
Catedrático de Análisis Económico en la UNED

fmochon@cee.uned.es

Europa, fruto de la revolución industrial, mantuvo hasta a finales del siglo XIX,  el liderazgo económico y político  mundial. Desde entonces el protagonismo europeo ha ido decayendo. En una primera fase, el centro de gravedad de la economía se desplazó hacia Norte América y desde la década de los ochenta del siglo pasado hacia Asia, y más concretamente a los países que configuran el Anillo del Pacífico.
En cualquier caso, en la década de los cincuenta los países europeos iniciaron un proceso de integración. Así, en 1957 se creó la Comunidad Económica Europea. Este proceso, aunque tuviera unos orígenes fundamentalmente comerciales, culminó con la Unión Europea actual y puede considerarse como un intento por estar a la altura de los retos que plantea la globalización. Al crear unas estructuras que superen las limitaciones que conllevan los estados nacionales se pretendía compensar la pérdida de protagonismo europeo que el reloj de la historia venía marcando. En este contexto la creación de la Unión Monetaria Europea (UME) representa el paso más decidido hacia la integración europea.

La difícil creación de la Unión Monetaria Europea

Para la creación de la UME se tuvieron que superar muchas dificultades pero se tuvo la suerte de que en el momento clave se dieran unas circunstancias políticas que propiciaron el acuerdo. La idea de una moneda única era defendida por los tecnócratas de Bruselas, por la clase empresarial y por los economistas, pero los políticos, sobre todo los alemanes no acababan de decidirse a abandonar el marco. Alemania había sufrido la hiperinflación del periodo de entre guerras y le había costado mucho trabajo configurar el marco como una moneda de referencia a nivel internacional y como una garantía contra la inflación. En 1989 surgió de forma inesperada la posibilidad de la reunificación alemana y Helmut Kohl aprovechó la oportunidad. Alemania renunció a su amado marco por el euro, a cambio de contar con el apoyo político y financiero para lograr la unificación.
La creación de la eurozona se concibió, como en anteriores ocasiones había ocurrido en la Unión Europea, como un paso hacia la integración económica que debía servir de catalizador para la integración política. La eurozona debería ser el polo de atracción. Sin embargo, la realidad es que no se ha avanzado en la integración política y la eurozona se ha limitado a ser un gran mercado en el que las exportaciones alemanas han encontrado un campo abonado.

"La creación de la Unión Monetaria Europea (UME) representa el paso más decidido hacia la integración europea: debería haber servido de catalizador para la integración política"

Además, y esto ha sido lo más grave, no se han aprovechado los años de la bonanza ni los beneficios económicos obtenidos por la instauración del euro para corregir los fallos fundamentales de diseño que desde su creación se sabía que tenía la Unión.

Problemas en el diseño de la Unión Monetaria Europea (UME)

La eurozona es lo que se conoce como un área monetaria no óptima que incluso sin choques o perturbaciones que vengan del exterior tiene latentes problemas estructurales y de funcionamiento. La teoría nos dice que en un área monetaria de tales características, los países relativamente más inestables, al entrar en una unión monetaria tienden a experimentar un período de auge temporal, para pasar posteriormente al estancamiento, por haber acumulado importantes desequilibrios muy difíciles de reducir y tener muy poco margen de maniobra para resolver la situación. La competitividad perdida ya no se puede recuperar devaluando. En el caso europeo el problema se agravó para los países no centrales, debido a que en los primeros años de la Unión, el Banco Central Europeo mantuvo unos tipos de interés bastante bajos, que era lo que les venía bien a Alemania y a Francia, (especialmente bien a Alemania para financiar los costes de la integración).
De todas maneras, la deficiencia más importante de la UME desde su creación ha sido que presenta una situación desequilibrada: una política monetaria común y un sistema financiero integrado, pero una política fiscal descentralizada e incompleta, lo que resulta insostenible. Se pensaba que una vez puesta en marcha la Unión se propiciaría una mayor coordinación de las políticas fiscales y que se avanzaría en la convergencia real en el crecimiento de la productividad. Confiando que el tiempo arreglaría los problemas, Europa se quedó a medio camino de crear una unión monetaria viable ya que no se diseñó un mecanismo adecuado de financiación de emergencia. La estructura de política fiscal es incompleta y contradictoria pues la cláusula de no rescate de los tratados es incompatible con el concepto político de que ningún país del euro puede suspender pagos.
Todo esto viene a evidenciar que la creación del BCE debería haber sido acompañada por la constitución de un Gobierno Económico Europeo con poder de coordinación y un mayor control de la política presupuestaria. De esta forma se hubieran creado instrumentos de supervisión multilateral que pudieran hacer frente a desequilibrios en ciernes y combatir situaciones de crisis.

"La deficiencia más importante de la UME desde su creación ha sido que presenta una situación desequilibrada: una política monetaria común y un sistema financiero integrado, pero una política fiscal descentralizada e incompleta"

La deuda griega como detonante
Estos problemas en el diseño de la zona euro es lo que está detrás de la crisis de la deuda griega y del brote de desconfianza de los mercados. Grecia ha sido el detonante, pues es uno de los países más ineficientes del mundo desarrollado debido a las grandes rigideces en la gestión empresarial y en la administración pública y presenta unas cuentas públicas insostenibles que tozudamente se ha mostrado reacia a afrontar, pero no es el único problema. Este ni siquiera se limita a los países periféricos (Portugal, España, Irlanda o Italia), que son los que presentan unos fundamentos macroeconómicos y de falta de competitividad más parecidos a Grecia. Un panorama fiscal inestable también se observa en otros países europeos, y esto es algo a lo que los mercados se han mostrado muy sensibles. El hecho es que ya se ha producido un importante efecto contagio.

Los costes para Europa de la calamitosa gestión del caso griego

La gestión de la crisis griega ha sido lamentable y ha creando muchas dudas en los mercados internacionales sobre el futuro de Europa. No ha ocurrido como en otros momentos de la historia de la Unión Europea, que se aprovecharon las situaciones de crisis para avanzar un poco más en la unión. En esta ocasión no se ha puesto la política de la unidad europea a largo plazo por encima de los intereses nacionales y los costes a corto plazo. Ya que no se había hecho antes, se debería haber aprovechado la ocasión revisar los fallos de diseño y para avanzar hacia la unión fiscal y con ella en la integración política.
El programa de rescate de Grecia ha sido tardío, improvisado  y  transitorio, pues la solución dada no se puede repetir y esto crea un vacío respecto al futuro. El dubitativo apoyo a Grecia no sólo ha mostrado inconsistencias en la estructura y funcionamiento de la UME sino también serias reticencias y diferencias entre los principales miembros. Las reticencias alemanas han debilitado la hipotética solidaridad que debería ser una de las dimensiones para gestionar una crisis en le eurozona, aun sabiendo que se estaba dañando la estabilidad del conjunto del acuerdo y del propio euro. Por otro lado, las diferencias mostradas entre Alemania y Francia, la primera más inclinada a aceptar que el FMI liderara el rescate, y la segunda rechazando el protagonismo del FMI no han hecho sino empeorar las cosas y demostrar que priman los intereses políticos nacionales. En el caso de Alemania unas elecciones regionales y en el caso francés las reticencias de Sarkozy a que el FMI aparezca con el salvador de la UME, dado que el Sr. Strauss-Kahn se presentará a las próximas elecciones francesas.
Los daños  de esta forma de actuar no sólo son en aspectos materiales, fáciles de cuantificar, también se están dañando acuerdos e instituciones esenciales para el proceso de integración. El impacto más negativo ha sido sobre la Unión Monetaria Europea (UME), que era el buque insignia de la fortaleza y la irrevocabilidad de la dinámica de la integración. En cualquier caso los costes materiales de la incompetente gestión también han sido importantes. Los bonos de la deuda griega han sido catalogados como bonos basura y el contagio a otros países con fuertes desequilibrios en sus cuentas públicas se ha intensificado, y todo ello ha supuesto un encarecimiento del coste del  rescate. Los mercados han tenido dudas sobre el apoyo teórico por parte de la UME. Además, el mecanismo ha sido muy lento: una parte del dinero ha debido ser activada mediante créditos bilaterales con países de la zona euro y se necesita la unanimidad de los países para activarlo de forma que las reticencias de Alemania han exacerbado las dudas.

"La gestión de la crisis griega ha sido lamentable  y  ha creando muchas dudas en los mercados internacionales sobre el futuro de Europa"

El resultado ha sido que se ha cuestionado más que nunca la identidad y capacidad de supervivencia de la moneda única. Incluso algunos han considerado escenarios de disolución, de fragmentación, de exclusión de algunos de los socios o de creación de una geometría variable en función del endeudamiento agregado (público y privado) de las economías. Estas posibles soluciones vía fragmentación echarían por tierra décadas de cooperación.
Ha faltado visión de futuro. No sólo nos jugamos que el euro pueda consolidarse como una moneda de reserva a la altura del dólar. Es un hecho que muchos de los mercados emergentes presentan unos fundamentos macroeconómicos  mucho más sólidos que los de los países europeos y cuando los inversores internacionales actualicen su distinción entre países desarrollados y emergentes, sus consecuencias sobre los flujos de capital pueden ser muy importantes, especialmente  para los países que tienen que acudir a los mercados a refinanciar su deuda.

Del rescate de la deuda griega al rescate de la zona euro

Dadas las dudas y reticencias ante el rescate de la deuda griega, el efecto contagio fue tan grave que finalmente el Ecofin se vio forzado aprobar (en la madrugada del 19 del mayo) un fondo de estabilidad permanente por un importe de 750.000.000 millones de euros. Con cargo a este fondo se podrán realizar préstamos a cambio de la implantación de unas medidas que serán elaboradas conjuntamente por la Comisión y el FMI. La otra gran medida aprobada el 10 de mayo fue que el Banco Central Europeo  podrá realizar compras de bonos públicos y privados de los estados miembros. Estas medidas suponen enterrar la independencia del BCE y conllevan la desaparición de la separación de poderes entre la política monetaria y la política financiera.
El anuncio del plan de rescate fue inicialmente muy bien acogido. Sin embargo, tras una brusca alza de las bolsas, los analistas e inversores se han mostrado reticentes pues son conscientes de los problemas estructurales de la eurozona. Las dudas de los mercados se podrían sintetizar en dos puntos: 1º  si todos los gobiernos de los países muy endeudados serían capaces de asumir los sacrificios,  (las dudas eran especialmente notables sobre la reacción del gobierno español) y 2º si los justes prometidos  se podrían de hecho llevar a cabo.

Escenario optimista de cara al futuro

Una posibilidad de cara al futuro es que después del anuncio del Plan y de los compromisos de los gobiernos más endeudados de profundizar en los ajustes,  los mercados se calmen. En cualquier caso, habría que aprovechar la actual coyuntura para sentar  unas bases sólidas para la integración fiscal de la Unión. Habría que reforzar los mecanismos de supervisión y control, con potestad sancionadora sobre los gobiernos nacionales en caso de engaño o falsedad. Para alcanzar la armonización  presupuestaria de los estados miembros se debería recurrir a la compensación automática de los límites de déficit y deuda en función de la evolución de esta última. Habría que incluir la penalización fiscal de la financiación pública cuando se superen los límites de endeudamiento (como factor desincentivador en un entorno de tipos bajos). También habría que establecer un mecanismo claro de rescate de la nación que lo solicite y en caso de sistemático incumplimiento habría que recurrir a la expulsión.

Los necesarios ajustes estructurales

Aunque todo esto es necesario no hay que olvidar que la raíz del problema está en que se han ido creando desequilibrios fiscales y de competitividad entre los miembros de la UME. Por ello, es necesario que los países que presentan los desequilibrios actúen en dos frentes: por un lado, llevando a cabo los imprescindibles recortes fiscales, y por otro,  implementando  un  plan de reformas estructurales (lo que requiere acabar con muchos derechos adquiridos) que propicien el aumento de la productividad y la mejora de la competitividad. En cualquier caso, el ajuste será duro. Los países que han perdido competitividad no pueden devaluar sus monedas: tienen que recuperarla mediante una devaluación interna real (reduciendo el crecimiento de sus márgenes y salarios para que crezcan por debajo de la media de la eurozona y aumentando su productividad para que crezca por encima de la media de la eurozona), algo que es necesario pero muy difícil de lograr.

"A los políticos europeos les ha faltado visión de futuro. No sólo nos jugamos que el euro pueda consolidarse como una moneda de reserva a la altura del dólar, seguir siendo considerados como un destino de primerísimo nivel para los flujos financieros internacionales"

Un escenario menos optimista: un euro con dos divisiones
Ante la dureza del ajuste, y la dificultad de que los países periféricos puedan hacer frente a sus deudas mediante los mecanismos tradicionales, algunos autores han propuesto una solución ingeniosa: una depreciación dentro de la moneda única. La formulan como última opción para salvar el euro, si han fracasado otros intentos de restaurar la Unión y, así poder evitar la división entre los países del núcleo duro y los periféricos.  El punto de partida es reconocer que la Unión no es una zona monetaria óptima y que además desde su constitución en 1999, los países periféricos no han convergido con los países centrales sino que especialmente en competitividad se han distanciado más.
La propuesta se concreta en adecuar los tipos de cambio de paridad que se fijaran en su día con objeto de adaptarlos, en un proceso temporal extenso pero limitado, a la verdadera competitividad de las economías adoptantes del euro. De esta forma se crearía una dualidad monetaria dentro de la Unión. Los países centrales mantendrían el euro actual y el resto adoptarían una divisa devaluada temporalmente (hasta corregir la ampliación de las diferencias de competitividad en la última década), salvo para sus obligaciones de pago, que se realizarían el tipo de cambio fuerte.
Reflexiones finales
Ante las reticencias de los países centrales para afrontar los problemas a tiempo, el Plan de apoyo a la zona euro ha sido algo necesario. Pero la supervivencia de la UME requiere seguir avanzando en la reducción de los desequilibrios entre países mediante las reformas pertinentes y en la integración política y económica. Aunque el futuro no se presenta fácil,  es un reto  que Europa debe afrontar unida. No hay que olvidar que la verdadera amenaza Europa no está en sus países “periféricos” sino en su pérdida de importancia relativa frente a los países emergentes, especialmente los asiáticos, que utilizan todas las armas a su alcance para ganar cuota de mercado a nivel internacional, en buena medida arrebatándosela a la vieja y desunida Europa. Sería un error estratégico por parte de los políticos europeos no reconocer que los intereses a largo plazo de todos exigen que la UME sea algo más que una mera unión de mercaderes.

Bibliografía

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Abstract

Setting up the EMU (Economic and Monetary Union) was one of the most determined steps towards European integration and it should have triggered a political integration. But it has stood in an unbalanced situation from the very beginning because of a decentralized and incomplete tax policy, despite a common monetary policy and an integrated financial system.
The painful management of the Greek crisis has caused many doubts in the international markets about the future of Europe, it is so serious that it has forced great economic efforts in the eurozone. European politicians have not been forward planning. What is at stake is the Euro as a reserve currency equal to the American Dollar as well as considering or not Europe as a first level destiny for international flow of funds.
We should make good use of the Greek crisis to establish the basis of a solid tax integration of the European Union recalling that the roots of the problem are in tax unbalance and competitiveness among the members of the EMU and that they must be solved to safely face the future.
Not recognising that European long term interests demand that EMU becomes more than a simple dealer union would be a mistake.

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