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JOSÉ MARÍA GÓMEZ OLIVEROS
Notario de Burgos

La crisis que vivimos está suponiendo la revisión de muchos conceptos y principios sobre los que hemos pivotado durante los últimos años. Dentro de este magma, me llamaba la atención el hecho de ver como escritores, articulistas, economistas y otros se debatían ante el hecho de comprobar como las construcciones teóricas que habían estado defendiendo manifestaban una cierta fragilidad. Cito, como ejemplo, a Josep Ramoneda, cuando el pasado domingo 13 de junio, en su artículo de El País, se preguntaba sobre la prevalencia de política sobre economía y expresaba su desencanto al atisbar que no era cierto del todo. Casi al lado, Estefanía, en su columna, comentaba las grandes diferencias entre las políticas públicas europeas, de un lado, y estadounidenses, de otro, para gestionar este momento de la crisis. Ambos manifestaban sus dudas o perplejidad, o, al menos, así lo percibía yo.
A todos nos llama la atención la celeridad con la que los distintos gobiernos europeos acudieron al rescate de los sistemas financieros a partir de octubre de 2.008, mientras el BCE aplicaba políticas que no se habían conocido en décadas. Desde luego políticas jamás aplicadas por el BCE, institución creada como órgano de control de la inflación en la zona euro, que se ve de pronto inmersa en la imprescindible necesidad de generar liquidez para mantener el sistema. La máquina de hacer billetes puesta en marcha, a toda velocidad, por el organismo creado para controlar la inflación. Curioso. Pero nos quedaban más cosas por ver. Como señalaba Jordi Sevilla este fin de semana (ha sido muy fructífero el fin de semana), si los Estados han tenido que mantener a flote el  sistema financiero privado, si además han tenido que ponerse en marcha los estabilizadores automáticos y encima (en nuestro país) se han disparado las mortales cifras de paro, ¿cómo puede sorprender que se haya generado o multiplicado el déficit público?. Lo que parecía tan necesario, incluso para George W. Bush, como procedimiento de defensa de la estabilidad económica mundial: la aplicación de recursos públicos, se ha convertido ahora en el problema. ¿Acaso no se sabía?

"La crisis que vivimos está suponiendo la revisión de muchos conceptos y principios. Todas estas circunstancias me han hecho pensar en la posible validez parcial de las teorías y escuelas económicas. Cuando falla el mercado, se recurre al Estado. Pero cuando se ha recurrido demasiado al Estado, hay que aplicar rápidamente la ortodoxia clásica. Podríamos decir que esta ortodoxia o las posiciones keynesianas no valen del todo"

Todas estas circunstancias me han hecho pensar en la posible validez parcial de las teorías y escuelas económicas. Al fin y al cabo la ciencia económica no es una ciencia exacta, sino de las denominadas sociales Cuando falla el mercado (y ahora lo hemos vivido a lo grande), se recurre al Estado. Pero cuando se ha recurrido al Estado, hay que aplicar rápidamente la ortodoxia clásica. Por lo tanto, podríamos decir que esta ortodoxia o las posiciones keynesianas no valen del todo, no pueden funcionar como teoría general. Incluso tienen aspectos positivos que, en un momento dado se convierten en negativos, y a la inversa. Esta realidad puede resultar normal, pues casi nada en la vida es absolutamente incuestionable (se dice que hasta en matemáticas existe la inexactitud). La cuestión no es despreciar las teorías por su falta de valor absoluto, sino cuestionarse la forma en la que nos son presentadas como absolutas. La aceptabilidad de las adhesiones inquebrantables. En este sentido, puesto que sufrimos las consecuencias, podemos preguntarnos sobre la solidez de los que defienden sin fisuras formar parte de un determinado bando. Me genera curiosidad ver como defensores de lo que llaman posiciones sociales terminan por plantearse el retraso de la edad de jubilación o liberales (en sentido económico) subiendo impuestos.
Dicen los ortodoxos que la actitud del consumidor, como defendía Adam Smith, es claramente racional, pues para tomar su decisión de consumo hará un análisis completo de la situación y, dado que sus recursos son escasos, los aplicará con eficiencia. Pues ha resultado que no. A lo mejor se debe a que las teorías clásicas iban dirigidas a un mercado más sencillo o, quizás, se valoraba excesivamente la capacidad analítica del consumidor. Lo cierto es que el principio de racionalidad de las decisiones económicas, al menos, habrá que replanteárselo. Esta es la razón por la que aprecio el subjetivismo keynesiano, cuando quiere tener en cuenta los “estados anímicos” (expresión que tomo de Manuel Conthe, traduciendo a Keynes) del consumidor a la hora de tomar sus decisiones. El componente emocional está presente en todos los campos de la vida y su estudio está de la mayor actualidad (lo demuestra el éxito de las publicaciones sobre el asunto de Daniel Goleman o los esfuerzos divulgadores de Eduardo Punset, las incursiones en psicoeconomía de Manuel Conthe, la obra de George Akerlof y Robert Shiller). Incluso, como decía, está presente en aquellos que han sido dotados de una especial capacidad de raciocinio o los premiados con el denominado “sentido común”. ¿Qué prima en una compra, el análisis del precio y la calidad o también el deseo de poseer? Así nos encontramos con una realidad: la justificación del control de calidad y eficiencia en la aplicación de recursos escasos que supone el análisis racional del consumidor, es limitado. Podemos afirmar que aunque aceptemos la existencia de un análisis racional frente al gasto o la inversión, éste no es completo, sino condicionado por la concurrencia de las emociones y estados de ánimo. Por lo tanto, podemos concluir que ninguna de las teorías es absoluta. La verdad utiliza elementos de ambas.

"Aunque aceptemos la existencia de un análisis racional frente al gasto o la inversión, éste no es completo, sino condicionado por la concurrencia de las emociones y estados de ánimo. No predomina el razonamiento, es puro sentimiento lo que dirige la actuación del ciudadano cuando se siente amenazado. Si los agentes políticos no generan confianza en el consumidor, las dificultades de manejo y salida de una crisis son mucho más complejas"

Ante el hecho de la falta de validez absoluta de las ideas, hay que plantearse la cuestión de la rectitud intelectual que deben manifestar los agentes que nos las presentan, de aquellos que dirigen las sociedades o forman e influyen en la toma de posición de las mismas. Es curioso observar como en los debates se intenta mantener una línea de exposición y defensa de una determinada idea, de manera razonada y analítica, que sin embargo falla, de pronto, en un momento determinado. La idea aceptada como cierta e incorporada a la estructura ideológica, no sirve para llegar al final, no sirve para realizar todo el recorrido. Todos estamos de acuerdo en la necesidad de encontrar una salida a esta situación de crisis, que genera realidades conmovedoras. Hasta ahí bien. El siguiente paso será exponer nuestras medidas, nuestras ideas, pero si aceptásemos las limitaciones antes expuestas ¿por qué no encontramos puntos de acuerdo si sabemos que las posiciones de cada cuál no resuelven el problema en su totalidad? Desgraciadamente la causa puede estar en que las propuestas se identifican en exceso con la ideología y, a su vez, ésta con el sentido de poder (puede que, incluso, de forma independiente de la ideología). El comportamiento de los agentes políticos durante esta crisis está siendo duramente criticado. Se llega a considerar que no anteponen los intereses generales a sus intereses partidarios. Si realmente hubiesen primado los intereses generales en la gestión, los acuerdos habrían aparecido con seguridad hace tiempo. Esta crítica es atribuible a todos y desde luego a las formaciones que tienen expectativas de poder. El resultado es un cúmulo de situaciones que resultan si no incomprensibles, al menos desorientadoras. No debe pues extrañar que el consumo se retraiga (además de la disminución que genera un paro gigantesco). No predomina el razonamiento, es puro sentimiento lo que dirige la actuación del ciudadano cuando se siente amenazado. Si los agentes políticos no generan confianza en el consumidor, las dificultades de manejo y salida de una crisis son mucho más complejas.
Estamos llegando a una conclusión que puede ser válida y sencilla. Parece que el objetivo fundamental de la clase política sería generar confianza por aquello de no poder existir consumo sin consumidores que consuman. Lo demás serán medidas de una importancia incuestionable, favorecedoras de la fluidez del sistema, pero de segundo nivel. Como apuntaban en un debate reciente, la reforma laboral, por ejemplo, no nos hará salir de la crisis, pero tiende a crear una plataforma que ayude a generar inversiones, cuando se pueda, o limitar la destrucción de empleo. El pacto por la educación supondrá una inversión con muy largo retorno, pero pondrá a disposición de nuestro sistema económico un capital humano con mejor preparación. El retraso en la edad de jubilación perjudicará a un segmento de la población activa actual, pero permitirá el mantenimiento del sistema de pensiones o dará más tiempo para imaginar nuevas formas de financiación. La reestructuración del sistema financiero, ojala permita fluir recursos financieros hacia el sector privado (empresas y familias). Y así con otras cuantas. Pero no hay pactos. No se genera confianza. Es como si estuviésemos en un escenario de exclusiva confrontación: aplicando las ideas de unos, estaremos avocados al abismo, porque así lo afirman los otros, y a la inversa. La base está en la confianza, muy relacionada con la psicología individual y social, aunque su búsqueda precise de mecanismos económicos y, desde luego, políticos.

"La Gran Depresión, la caída del régimen soviético fueron dos grandes aldabonazos que obligaron a políticos y pensadores a un ejercicio de flexibilidad creadora. Este momento es también crucial, por lo que la opción del consenso, el pacto deben predominar sobre el pensamiento excluyente si queremos generar confianza"

No obstante, la confianza de la que estamos hablando tiene diversos perfiles. La que sostiene todo sistema económico capitalista, que es el consumo interno y las exportaciones. Pero, además, cuando se debe dinero, caso de España, hay necesidad de otra confianza, que es la exterior, la de quién ha prestado el dinero y tiene que seguir prestándolo. No cabe preguntarse cada minuto si lo hicimos bien o mal. No cabe la descalificación permanente de actuaciones del pasado, que si analizásemos en profundidad, nos aportaría alguna que otra sorpresa sobre la participación de los que hoy enjuician el pasado. Simplemente, hay que atender los pagos derivados de las deudas asumidas, sea cual sea la ideología. Queda camino por recorrer y espero que reflexión en los que nos dirigen.        
Es ahora, en esta realidad presidida por la Gran Recesión, cuando debemos plantearnos nuestros objetivos de futuro y abrir puertas en la línea marcada por la teoría del bienestar, no desandemos el camino recorrido. Aunque los puntos de partida de las dos escuelas económicas dominantes (neoliberal y neokeynesiana; liberal y conservadora, según la denominación que prefiramos) puedan percibirse como alejados, es innegable que la historia reciente de los estados europeos ha significado un proceso de encuentro. Europa se rige por el sistema de economía de mercado pero al final los servicios y bienes públicos de los que disfrutan los ciudadanos y la existencia de intervención pública se corresponden con una economía de las denominadas mixtas. El valor de la negociación, del pacto, es fundamental, no sólo para bocetar el futuro, sino para que las propias convicciones se vayan despojando de sus respectivos maximalismos. Ha sido la historia del siglo XX y no ha dado mal resultado. La evolución del pensamiento económico se ha ido matizando para buscar puntos de encuentro. Los fracasos han existido, pero han servido para reencontrar el camino. La Gran Depresión, la caída del régimen soviético fueron dos grandes aldabonazos que obligaron a políticos y pensadores a un ejercicio de flexibilidad creadora. Este momento es también crucial, por lo que la opción del consenso, el pacto deben predominar sobre el pensamiento excluyente si queremos generar confianza.

Abstract

In the actual crisis, when many concepts and principles are being revised, I am considering the possibility of a partial validity of different economic theories and schools. When the market fails we resort to the Estate, but if we make an excessive use of this solution the classic orthodoxy has to be quickly applied. However, such orthodoxy or the Keynesian positions are not completely valid.
Even if we accept the existence of a rational analysis concerning expenses and investment, it would be incomplete and determined by concurrence of emotions and states of mind. When citizens feel threatened their actions are directed by pure emotion and not by reason. If politic agents do not make consumers feel confident, the difficulties involved in the management and exit to a crisis will be much more complex.

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