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FERNANDO OLAIZOLA
Notario de Valencia

OPINIÓN

Se atribuye a Henry Kissinger la frase según la cual "el poder es el máximo afrodisíaco". Nos dicen los estudiosos del poder (antropólogos, sociólogos, psicólogos, politólogos) que en las primeras etapas de la evolución de nuestra especie, la necesidad de poder, mayormente entendido y ejercido como mera fuerza física, obedecía al instinto de supervivencia y a la satisfacción de las necesidades vitales más inmediatas; pero que, superadas dichas etapas, y con la progresiva complejidad de las comunidades y las estructuras sociales, el afán de poder responde fundamentalmente a la necesidad que sentimos los seres humanos de afirmar nuestra identidad, de distinguirnos y obtener reconocimiento social (aparte, por supuesto, de las posibilidades de enriquecimiento personal que conlleva para los poco escrupulosos).
Señala John Kenneth Galbraith que “el poder es perseguido no sólo por el servicio que presta a intereses personales, sino también por sí mismo, por las recompensas emocionales inherentes a su ejercicio”. Bertrand de Jouvenel, hablando del “egoísmo del poder”, coincide en que “salvo para los espíritus irremediablemente groseros, la posesión del poder procura voluptuosidades muy otras que la mera acumulación de ventajas materiales… En toda condición, en toda posición social, el hombre se siente más hombre cuando se impone, hace de otros el instrumento para alcanzar los grandes fines cuyo vislumbre le embriaga. Dirigir un pueblo ¡qué dilatación del yo!”

"La experiencia nos demuestra que la intensidad de la apetencia por el poder no guarda necesariamente relación con la magnitud de éste"

Cabría suponer que esa dilatación del yo ha de ser proporcional al poder inherente al cargo desempeñado. Así, Bertrand Russell, al estudiar el poder en las organizaciones, se centra en las iglesias, partidos políticos y grandes corporaciones empresariales; y omite considerar “aquellas que proporcionan poca salida a los impulsos hacia el poder, tales como los clubs” (entre nosotros se podría hablar de los casinos o ateneos).
Y sin embargo, la experiencia nos demuestra una y otra vez que la intensidad de la apetencia por el poder no guarda necesariamente relación con la magnitud de éste. Ello se explica porque, como indica Galbraith, “en ningún otro aspecto de la existencia humana se halla la vanidad sometida a tan alto riesgo… refinados rituales de acatamiento –discursos aplaudidos, precedencia en cenas y banquetes, acceso al reactor de la compañía- celebran la posesión del poder”; en palabras de José Antonio Marina, “la parafernalia del poder, la glorificación del floripondio, da origen a placenteros fuegos fatuos”. A lo que se añade que los mecanismos del poder van haciéndose cada vez más ficticios, y éste va teniendo un carácter cada vez más teatral. Para Galbraith, “gran parte de lo que se denomina poder es, en la práctica, la ilusión de poder. Los que buscan el ejercicio del poder pueden producirse a sí mismos la impresión de su ejercicio convocando una reunión, reuniendo un comité, asistiendo a las juntas subsiguientes y leyendo los comunicados de prensa y manifiestos resultantes. La voluntad de ejercer el poder se ve satisfecha no por el resultado, sino por la forma.”
Pues bien, en algún punto intermedio entre la presidencia del Gobierno de un país y la presidencia de un casino o ateneo se encuentra la presidencia de una corporación profesional. Como el Consejo General del Notariado, en cuyo seno la lucha encarnizada por alcanzar la presidencia parece no tener fin.
Toda la anterior etapa de dimisiones sorpresivas por "razones personales" seguidas de designaciones apresuradas para evitar "vacíos de poder", frente a las que a las pocas semanas se planteaban mociones de censura que desembocaban a su vez en copresidencias precarias, parecía haber quedado definitivamente cerrada con la elección por unanimidad del actual Presidente del Consejo el pasado mes de diciembre. Parecíamos encontrarnos por fin ante una etapa de unidad y estabilidad, no ya deseable, sino imprescindible para poder afrontar los graves retos que el notariado tiene planteados. Pero, para sorpresa de todos, el Presidente presentaba su dimisión a principios de octubre como consecuencia del resultado adverso de una votación en el Consejo sobre la designación de los miembros de su Comisión Permanente.

"En algún punto intermedio entre la presidencia del Gobierno de un país y la presidencia de un casino o ateneo se encuentra la presidencia de una corporación profesional, como el Consejo General del Notariado"

En una carta dirigida a todos los notarios, el Presidente dimisionario hablaba de "cabildeos" e "intrigas", y reconocía no haber conseguido su propósito de "lograr paz, concordia y unidad de acción en el seno del Consejo". Otro de los Decanos cuestionados por el resultado de dicha votación se refería en otra carta a una previa campaña contra el Presidente y a la "defección" en el momento del voto de determinados Decanos que "ya habían protagonizado un hecho similar anteriormente, por lo que dejo a la reflexión de cada uno las razones reales que pueden haber conducido a esta situación".
Los integrantes tras dicha votación (y vencedores de la misma) de la Comisión Permanente del Consejo, en los dos comunicados emitidos durante esos días hablaban asépticamente del "modo ordinario" y "en cumplimiento de la normativa prevista" en que se habían desarrollado los hechos; y añadían: "algunos quieren plantear un debate en clave personal y de intrigas, cuando el único y verdadero debate es de gestión".
De nuevo, pues, los notarios nos encontramos con un escenario de división en el Consejo. ¿Por meros personalismos y afanes de ocupar el sillón presidencial? ¿Por un debate sobre el mayor o menor acierto en la gestión de nuestros intereses corporativos? ¿Por mucho de lo primero, y un poco de lo segundo, como excusa? ¿O por serias y profundas controversias acerca de la mejor estrategia a seguir en la defensa de la función notarial, con un mínimo aderezo de legítima y humana ambición de poder?

"El sistema de elección del Presidente del Consejo se ha ido degradando en estos últimos años hasta llegar a lo que no puede calificarse sino de situación terminal"

Y en todo caso, ¿cómo surgen esos "debates de gestión"? ¿Quien los plantea? ¿Cómo se fijan y valoran sus términos? ¿Cómo se dilucidan? Desde luego, todo ello tiene lugar al margen del notario de base, que no dispone de los cauces adecuados, no ya para participar en los mismos, sino ni tan siquiera para conocer los términos del debate planteado. Las Juntas Generales de los Colegios no cumplen tal papel, dado que el Decano, y ello suponiendo que decida convocar a sus colegiados, tiene una total autonomía respecto de la Junta en todo lo relativo a su actuación en cuanto miembro del Consejo.
El desenlace de todo este episodio, con la confirmación en el cargo del Presidente dimisionario por una ajustada mayoría, ni es una solución definitiva ni garantiza que a partir de ahora sí que vayamos a contar con tres años de estabilidad en el Consejo. Como tampoco lo habría garantizado otro desenlace: ¿quién, de entre los integrantes de la Comisión Permanente nombrada, estaba mejor posicionado para ser el nuevo Presidente? ¿Con qué apoyos? ¿Por cuanto tiempo?
El sistema de elección del Presidente del Consejo se ha ido degradando en estos últimos años hasta llegar a lo que no puede calificarse sino de situación terminal. Ello en absoluto se corresponde con la importancia que tiene para el conjunto de los notarios la designación de la persona que haya de ocupar dicho cargo. Y no sólo por la medida –relativa- en que desde el mismo se pueda influir en el curso de los acontecimientos, sino, sobre todo, por lo nefasto que puede resultar su desempeño por alguna persona inepta que logre acceder a él.
Y nuestro actual sistema de elección del Presidente, a partir de la previa elección de los Decanos de los respectivos Colegios Notariales, que pasan a integrar el Consejo y a designar entre ellos al que vaya a presidirlo, propicia el ejercicio del que Russell llama “poder cortesano”, esto es, aquel “que permanece detrás de la escena, el de los intrigantes, de los que maquinan en secreto”. Para Russell, “las cualidades requeridas para el poder detrás de la escena son por lo general cualidades indeseables”, por lo que “un sistema que acuerde mucho poder al cortesano o al intrigante es, por lo general, un sistema poco capaz de promover el bienestar general”.
Se me dirá que el sistema de elección vigente es un sistema democrático, y sin duda lo es. Ahora bien, la idea abstracta de democracia, a la hora de proceder a su plasmación práctica, es susceptible de una amplia escala de gradaciones; y así, en la categoría de las democracias caben desde los narcoestados fallidos hasta los países escandinavos. Y que nuestro actual sistema es manifiestamente mejorable ha quedado puesto de manifiesto una vez más, si es que ello todavía se consideraba necesario.
Su reforma, el paso a un sistema de elección del Presidente mediante el voto directo de todos los notarios, proporcionaría a la Presidencia del Consejo una estabilidad de la que ahora carece y una legitimidad con la que poder tomar las decisiones de calado que cada vez van a ser más necesarias. Pero para ello sería preciso que nuestros Decanos renunciasen a sus actuales parcelas de poder (más modesto aún que el presidencial) y tuviesen sobre esta cuestión una voluntad y una altura de miras que no han demostrado hasta ahora.

"La elección de nuestro Presidente no debería depender de "debates de gestión" tan opacos en su planteamiento como en su desenlace; y menos aún de maniobras entre bastidores obedientes a las apetencias, personalismos, empatías y antipatías de unos y otros"

La elección de nuestro Presidente no debería depender de "debates de gestión" inopinadamente surgidos y tan opacos en su planteamiento como en su desenlace; y menos aún de maniobras entre bastidores obedientes a las apetencias, personalismos, empatías y antipatías de unos y otros. Quien aspire a ocupar la Presidencia del Consejo debería tener la honestidad de postularse abiertamente como candidato a tal cargo y exponer su ideario y su proyecto ante todos los notarios de España; y los notarios deberíamos tener la ocasión de pronunciarnos de manera específica y directa sobre las directrices que hayan de guiar la actuación del Consejo General del Notariado.
Caben muchos pretextos para no abordar la reforma del sistema de elección del Presidente del Consejo. Pero se trata de una cuestión que nuestra corporación no puede demorar más. No esperemos a que se produzca el próximo vaivén de mayorías, porque no disponemos de ese tiempo.

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