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JOAQUÍN ESTEFANÍA
Periodista y economista

Quizá la recesión económica haya terminado en términos técnicos (dos trimestres seguidos decreciendo), pero la recesión democrática avanza con mucho nervio en casi todas las partes del mundo (el concepto de recesión democrática pertenece al profesor de Stanford, Larry Diamons). De seguir el deterioro, las democracias correrán el riesgo de devenir en regímenes incapaces de reaccionar ante los retos y las demandas ciudadanas en el siglo XXI. Entre los riesgos que han de superar esas democracias está el aumento exponencial de las desigualdades, que impiden la mínima cohesión social en la que se ha de convivir.
Varios premios Nobel de Economía han logrado situar a la desigualdad entre las distopías del pensamiento económico. Robert Shiller y George Akerloff escriben que el concepto de igualdad no solía figurar en los análisis económicos dominantes: “La teoría económica siempre lo ha arrinconado. Basta mirar los libros de texto. Aunque algunos mencionan la equidad, normalmente la relegan a figurar al final de algún capítulo e incluso del libro (…) Hablar de equidad con algunos economistas equivale a eructar en una cena de gala: sencillamente no se hace” (Animal Spirits, editorial Gestión 2000). Joseph Stiglitz, otro Nobel, es uno de los científicos sociales que mejor ha estudiado este fenómeno. En uno de sus últimos libros (El precio de la desigualdad, editorial Taurus) destaca que a los desastres naturales, terremotos, inundaciones, volcanes,… hay que añadir otro provocado por el hombre: la desigualdad. Todo modelo de desarrollo que no aborde la tendencia global a una desigualdad exponencial acabará enfrentándose a una crisis de legitimidad”. Los últimos estudios del Fondo Monetario Internacional (FMI), apoyados en economistas de moda como Enmanuel Sáez y Thomas Piketty, subrayan que sin un cierto grado de igualdad no se puede conseguir la eficacia económica y el crecimiento para crear empleo, que es la infraestructura necesaria (aunque no suficiente) de las democracias de calidad.

"Quizá la recesión económica haya terminado en términos técnicos (dos trimestres seguidos decreciendo), pero la recesión democrática avanza con mucho nervio en casi todas las partes del mundo"

El propio concepto de democracia está degradado y diluido. Dice el ensayista italiano Paolo Flores D´Arcais (Democracia, Galaxia Gutenberg) que la palabra democracia tiene tanta precisión hoy como la niebla o el humo: “Si pueden enarbolarla los jóvenes de la plaza Tahir y los militares que los asesinan o las barbas y holapandas islámicas que salieron vencedoras de las urnas y que se habían quedado agazapadas en las mezquitas sin arriesgar nada, si pueden proclamarla tanto los manifestantes de Zuccotti Park [en Nueva York, Occupy Wall Street] como los de Le Pen, padre e hija, es que a estas alturas sólo es un manido flatus vocis”. De ello se puede deducir un concepto de la democracia semejante al que de la misma tenía Albert Camus: un estado de la sociedad en el que cada individuo tenga en el punto de partida todas las oportunidades, y en el que una minoría de privilegiados no mantenga a la mayor parte del país en una condición indigna.
El contexto en el que hay que desarrollar este concepto de democracia es el europeo. Ahora no es el mejor. Cuando Europa no avanza, retrocede. El candidato socialista a las elecciones europeas y a la presidencia de la Comisión Europea, el alemán Martín Schulz, se preocupa con el estado de la UE: “Las crisis nos hace estar disconformes con nuestro federalismo, con nuestro sistema económico y hasta con nuestra democracia (…) Si la UE fuera un Estado fracasaría en el trámite de su propia solicitud de admisión, porque muchos de sus ámbitos carecen de estructuras lo suficientemente democráticas” (Europa, la última oportunidad, RBA editores).
Aunque el entorno europeo no es el mejor, la calidad de la democracia en España es aun más preocupante. Según el Informe sobre la Democracia en España 2013, de la Fundación Alternativas, el porcentaje de insatisfacción con el funcionamiento de la democracia se sitúa en nuestro país 17 puntos porcentuales por encima de la media europea; si nos comparamos con otros continentes en una muestra de 21 países, España es el que tiene un porcentaje menor de ciudadanos satisfechos con el rumbo emprendido por su país, únicamente superada por Grecia. La desconfianza en el Gobierno y en el Parlamento nacionales son la segunda y tercera más altas de la UE. Igualmente, la desconfianza en la Unión se sitúa en la segunda posición. La base de apoyo a nuestro sistemas político y económico se ha roto; la consideración de la democracia como mejor forma de gobierno ya no es unánime; el respaldo a la economía de mercado ha dejado de ser mayoritario; la crítica a los partidos políticos se ha agudizado tanto como para que la mayoría cuestione ahora de su necesidad; el europeísmo ha descendido; el cuestionamiento del bipartidismo imperfecto, que ha caracterizado al sistema de partidos, se ha extendido enormemente entre la población; el apoyo a la monarquía está quebrándose; y la opinión pública se polariza entre los que prefieren un Estado centralizado y los que defienden posiciones independentistas.

"Aunque el entorno europeo no es el mejor, la calidad de la democracia en España es aun más preocupante. Según el Informe sobre la Democracia en España 2013, de la Fundación Alternativas, el porcentaje de insatisfacción con el funcionamiento de la democracia se sitúa en nuestro país 17 puntos porcentuales por encima de la media europea"

Quizá se haya salido ya de la crisis económica aunque la recuperación sea por ahora invisible para la mayor parte de los ciudadanos. El balance de las dificultades económicas se mide (para las familias que disponen de un salario medio o que tienen algún miembro de la misma en paro; para las empresas con escaso acceso al crédito y que ven como parte de su competencia desaparece, sin que funcione la “destrucción creativa” de Schumpeter) en términos de desempleo, devaluación interna y reducción de los niveles de protección social anteriores al año 2007. ¿Qué compromiso democrático se puede exigir al excluido a largo plazo, al parado de larga duración, al prejubilado a traición? Esa es la cuestión.

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