Menú móvil

El Notario - Cerrar Movil

MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista

Que el presidente de la República François Hollande tenía una amante clandestina, la actriz Julie Gayet, ni era nuevo ni rompía la tradición de grandes tombeurs de femmes, que sus antecesores desde 1792 tenían bien acreditada. Venía, eso si, a confirmar la necesidad de adaptar el lema revolucionario en términos de liberté, égalité, infidélité, como señalaba Miguel Mora en una de sus crónicas magistrales desde Paris. Para el corresponsal, la tradición licenciosa y el alto concepto de la privacidad vigente en Francia se han aliado para establecer una distancia entre los presidentes y sus amantes, de un lado, y el pueblo, de otro. O, si se prefiere, entre lo que se sabe de la vida privada del presidente, en su entorno de mayor proximidad y lo que se publica o difunde en los medios de acceso público.
Sabemos que la abolición absoluta de esa distancia informativa entre ambos ambientes –el de los que están y el de los que no están en la pomada, incluido el servicio doméstico adyacente- equivaldría a la instauración del  totalitarismo invivible. Lo demostró el panóptico de Jeremy Bentham y más recientemente lo han confirmado las revelaciones sobre los procedimientos insaciables de la agencia de seguridad americana, NSA, aportadas por Edward Snowden con el que tenemos una deuda pendiente. Declaremos de paso nuestro asombro porque un derecho reconocido en el artículo 18.3 de la Constitución, donde “se garantiza el secreto de las comunicaciones y, en especial, de las postales, telegráficas y telefónicas, salvo resolución judicial”, y cuya violación mediante escuchas ha sido tipificada penalmente por Ley Orgánica 7/1984, quede pulverizado por nuestros aliados de Washington sin sombra de malestar alguno del Gobierno que por todas partes nos recorta.   

Pero sabemos también que nada -ningún acontecimiento, ningún dato- permanece igual a sí mismo después de haber sido difundido como noticia. Es lo mismo que sucede en la física cuántica, dada la inevitable interacción entre el fenómeno observado y el instrumento de observación del que se sirve el experientador. De manera que, también en el caso del presidente François Hollande, ha sido la revista Closer el instrumento de observación que, al registrar de manera pública los hechos, ha alterado la situación y generado consecuencias en parte aún  pendientes de evaluarse. Es difícil creer que la compañera oficial del presidente, Valerie Trierweller, con despacho y personal de servicio en el palacio del Elíseo, ignorara una relación que duraba más de dos años. Pero era inimaginable que continuara jugando al dontancredismo, impasible el ademán, una vez que la aparición de Julie tomó estado público irreversible. De ahí que buscara la dignidad entregándose al desmayo.

"Sabemos que nada -ningún acontecimiento, ningún dato- permanece igual a sí mismo después de haber sido difundido como noticia"

Apuntemos también que los mismos estímulos noticiosos producen efectos dispares según el país de que se trate y qué cultura anglosajona o latina predomine. En el Reino Unido y todavía más en los Estados Unidos la infidelidad matrimonial se interpreta como un engaño inhabilitante porque quien incumple un compromiso en el ámbito de la vida privada no merece confianza como actor de la vida pública. Además hay un puritanismo remanente que aflora con facilidad al que alude Philip Roth en el arranque de su novela La mancha humana. Por el contrario, en Francia y en otros países se distingue con claridad entre los vicios privados y las virtudes públicas. Y la reclamación se circunscribe a las garantías de seguridad y el empleo de recursos procedentes del erario público. Subrayemos en este sentido que solo habrá la debida igualdad de oportunidades para competir en el mercado de las novias y de los novios, si las elegidas o los elegidos pasan a ser mantenidas o mantenidos a costa exclusiva de su partenaire, sin cargar en absoluto sobre los presupuestos públicos.  
En las antiguas monarquías, era el entorno cortesano quien compartía en exclusiva esa información cuyo derrame era considerado de alta peligrosidad. Formaba un muro de opacidad con obligación de silencio –ver, oír y callar-. Su cumplimiento computaba como lealtad y a sus integrantes les hacía acreedores a recompensas. Su ruptura, interpretada en términos de traición, era tratada en consecuencia con extrema severidad, según prueban los ejemplos disponibles mucho antes de Antonio Pérez y Felipe II. Pero con la aparición de los medios de comunicación social y su empeño progresivo en el escrutinio permanente de las instituciones y de los servidores públicos los márgenes de la penumbra protectora o encubridora se han reducido y los pactos no escritos de reserva informativa se han evaporado.     
Para el príncipe Hamlet ser o no ser era la cuestión y en ese debate existencial seguimos todos nosotros. Pero, a partir de ahí, una vez instalados en el ser, interesa examinar las diferentes modulaciones del estar. Reconozcamos que el ser vivo es constitutivamente un ser informado o, como ahora se prefiere decir, un ser conectado. Porque la vida consiste en un permanente intercambio de información con el entorno. Intercambio del que resulta la adaptación ambiental de los supervivientes. Esa condición de supervivientes convenía bien a los casi doscientos periodistas convocados a la XI Jornada Nacional de Periodismo el pasado 22 de mayo. En particular en 2013, año que ha registrado la destrucción de más de 7.000 empleos de periodistas en los medios de comunicación sin que se haya creado ni uno solo nuevo.

"En Francia y en otros países se distingue con claridad entre los vicios privados y las virtudes públicas"

Su propósito era debatir sobre La distancia entre lo que se sabe y lo que se publica. Eran profesionales que cubrían todas las especialidades y procedían de todos los ángulos geográficos de la península e islas adyacentes. Entendían, conforme al antiguo furor, que estar informado equivalía a estar in; mientras que estar descolgado significaba estar out. Las alternativas que examinaron en sus debates intentaban ponderar la distancia entre lo sabido y lo publicado, medida tanto en términos de peso específico noticioso como de desfase cronológico. Atendieron también al sujeto, gozador o paciente, situado dentro o fuera. En definitiva, definieron dos conjuntos, el primero formado por quienes están acreditados para acceder al reservado donde se sirve la dieta suculenta de lo sabido, y el segundo, donde se hacinan los condenados a tomar el rancho, a base de ingredientes ya publicados.
Quedó claro que el primer conjunto lo forman los escasos que están en la pomada; mientras en el segundo se aglomeran los innumerables excluidos, arrojados a las tinieblas exteriores. De manera que, estar o no estar en la pomada, es lo que marca la diferencia. Los que están en la pomada forman un primer círculo sobre el que inciden de modo directo los hechos, que quedan recluidos tras esa barrera sin trascender su radio. La garantía de esa impenetrabilidad viene suministrada por los propios insiders, juramentados para negar esa información privilegiada a los ajenos. Una actitud, ligada al convencimiento de que su prestigio y prosperidad deriva de su escasez y de que preservarla requiere hacer una administración inteligente y avara de la opacidad. La escasez de la información añade prestigio, la hace más deseable y la encarece frente a los outsiders. Porque cuando la información es sobreabundante y barata la atención decae pero cuando es escasa y costosa queda garantizada.
Por eso, se acuñó el adagio de Roma veduta, fede perduta. Porque una cosa es acudir fervoroso en peregrinación multitudinaria videre Petrum y otra establecerse en el Vaticano para observar los abusos y debilidades de la Curia, tan propensa como todos los humanos a los placeres terrenales. De ahí que el Papa Francisco, felizmente reinante como antes se decía, haya clamado que “la Curia romana es la lepra del Papado”. De ahí que  Bruselas sea el principal y más numeroso campamento de los euroescépticos. De ahí también que tuviera todo el sentido la negativa del rey Juan Carlos de recuperar en modo alguno la corte de que se rodearon sus antecesores, convencido de que semejante renuncia en vez de hacerle más vulnerable le defendía mejor. Porque una corte, como retrata la película Maria Antonieta de Sofía Coppola, se convierte indefectiblemente en el vivero de la maledicencia, que reservan para su particular disfrute y sus guerras intestinas los llamados a tal proximidad, imbuidos del privilegio de estar en la pomada y decididos a administrarlo a propia conveniencia.

"Si la transparencia absoluta es invivible, una cierta opacidad puede ser necesaria para la supervivencia"

Esos dos ambientes, el de los insiders y el de los outsiders se comunican por un sistema de exclusas que deja fluir en ocasiones la información atesorada en el primero hacia el segundo, causando las conmociones y los escándalos consiguientes. Porque tenemos sabido que ningún hecho permanece igual a sí mismo después de haber sido difundido como noticia y que del conocimiento público de un hecho se derivan consecuencias que mientras permanece reservado, sin difusión, quedan bloqueadas. Ahora que la homosexualidad está homologada apenas puede imaginarse cómo se ha instrumentalizado hasta tiempos recientes el conocimiento de que alguien cristalizaba en esa opción sexual para obtener su docilidad bajo el chantaje de revelarla rebasando el entorno estricto en que era conocida y aceptada. Y cada día la instrucción de las causas judiciales abiertas en asuntos varios de corrupción ofrece revelaciones de mensajes de correo electrónico o grabaciones telefónicas circuladas como inocuas en la intimidad pero que aireadas se truecan en pruebas delictivas con un plus de vergüenza añadida para los interlocutores que dialogan en esos términos por escrito o de palabra.     
Si la transparencia absoluta es invivible, una cierta opacidad puede ser necesaria para la supervivencia. En todo caso se impone someter la materia prima noticiosa a un proceso de filtrado que depure y contraste, como llevan a cabo las plantas potabilizadoras, que de la riada informativa contaminada extraen el agua de boca. Porque no siempre lo que se sabe sólo por algunos tiene por ese solo hecho méritos suficientes para ser difundido como noticia para todos. Cumplir con esa garantía procedimental supone incurrir en un cierto decalage cronológico que nos curaría como nos tiene enseñado Jean Baudrillard en La ilusión del fin de “la interferencia desastrosa entre un acontecimiento y su difusión, cortocircuito entre la causa y el efecto, como entre el objeto y el sujeto experimentador en microfísica y en las ciencias sociales. De donde deriva una incertidumbre radical sobre el acontecimiento, como la alta fidelidad excesiva arroja una incertidumbre radical sobre la música”.   
El régimen del panóptico de Jeremy Bentham es la máxima tortura. Pero advirtamos también que si la distancia entre lo que se sabe y lo que se publica se multiplicara indefinidamente se instauraría el oscurantismo y la opresión. Además, en todo caso, los asuntos públicos deben sustanciarse a la luz del día, sin que puedan sustraerse del juicio de la ciudadanía atendiendo inaceptables invocaciones a la vida privada, que discurre en otro circuito merecedor de alguna reserva. Y además desde 1999 Alberto Ruiz Gallardón tiene proclamada una doctrina según la cual, quienes están en la función pública deben ser escrutados con mayor severidad. De Balzac, hablaremos el próximo día.

El buen funcionamiento de esta página web depende de la instalación de cookies propias y de terceros con fines técnicos y de análisis de las visitas de la web.
En la web http://www.elnotario.es utilizamos solo las cookies indispensables y evaluamos los datos recabados de forma global para no invadir la privacidad de ningún usuario.
Para saber más puede acceder a toda la información ampliada en nuestra Política de Cookies.
POLÍTICA DE COOKIES Rechazar De acuerdo