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JOAQUÍN ESTEFANÍA
Escritor y periodista. Ha sido director de EL PAÍS entre 1988 y 1993. En la actualidad dirige la Escuela de Periodismo de la Universidad Autónoma de Madrid/EL PAÍS

Tomo el título de este artículo del libro Y vendrán… del profesor francés Sami Näir sobre las migraciones contemporáneas. La principal tesis del texto en cuestión es la de que se trata de un fenómeno permanente que únicamente podría regularse mediante políticas de codesarrollo, que requieren tiempo y dinero. Es decir, que están fuera de la política cotidiana de los países afectados, sea como donantes de capital humano, sea como receptores del mismo.
Los análisis de los coyunturalistas económicos son bastante unánimes: hay nubarrones a medio plazo sobre la economía española; a partir de la segunda parte del ejercicio actual entraremos en una fase descendente del ciclo, donde se manifestarán algunos de los episodios embalsados durante largo tiempo: déficit exterior insoportable, falta de competitividad, agotamiento del modelo basado en la construcción… que redundarán en un aumento del desempleo. En esa coyuntura es en la que se pondrá en pie toda la tensión de una sociedad que ha pasado en menos de una década de tener apenas un 1% de población extranjera a más del 8%, en cabeza de los países europeos. Porque en ese momento convivirán dos problemas: el incremento de paro en las actividades y en las zonas donde se reúne más número de inmigrantes, con la incesante llegada de más ciudadanos que deberán competir en un mercado más estrecho y anémico.

"A partir de la segunda parte del ejercicio actual entraremos en una fase descendente, donde se manifestarán episodios embalsados durante largo tiempo: déficit exterior insoportable, falta de competitividad, agotamiento del modelo basado en la construcción..."

¿Cómo evolucionará entonces la opinión pública sobre el fenómeno de la inmigración. Según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), los problemas derivados de la inmigración ocupan el segundo lugar entre las inquietudes de los españoles, tras el paro, y habiendo desplazado al terrorismo; dicha inquietud encuentra su justificación en lo compulsivo del problema: los grandes flujos de inmigrantes llegados a España durante la última década. Pero el director del CIS, Fernando Vallespín, en la mesa redonda celebrada en el Colegio Notarial de Madrid (ver dossier adjunto), matizaba esa clasificación: si la pregunta genérica de cuáles son para cada uno de los encuestados los tres principales problemas del país la cruzamos con la de “y a usted, personalmente, ¿cuáles son los problemas que más le afectan?”, la inmigración baja muchos puestos, por debajo de los problemas económicos, de la vivienda, de la inseguridad ciudadana. Lo que lleva a concluir a Vallespín “que hay una percepción de la inmigración como problema más como reflejo de una preocupación que está en el espacio público, en los medios de comunicación fundamentalmente, pero no tanto porque sea un problema percibido personalmente, porque nos afecte personalmente a los españoles”. Si variase la coyuntura y se incrementase el paro –y por tanto, los instrumentos de solidaridad y de Estado del Bienestar- ¿seguiría evolucionando el problema de la inmigración a la baja?

"Según el CIS, los problemas derivados de la inmigración ocupan el segundo lugar entre las inquietudes de los españoles; dicha inquietud encuentra su justificación en lo compulsivo del problema: los grandes flujos de inmigrantes llegados a España durante la última década"

Otra pregunta: ¿cuántos son los inmigrantes?, ¿qué ha pasado desde el último proceso de regularización para sacarlos de una economía sumergida a la que no deseaban pertenecer? En el informe La inmigración en España: características y efectos sobre la situación laboral de los trabajadores nativos, de las economistas Raquel Carrasco y Carolina Ortega (Laboratorio de la Fundación Alternativas), se dice lo siguiente: según datos del Padrón Municipal de Habitantes elaborado por el Instituto Nacional de Estadística (INE), a finales de 2002 había 2,7 millones de inmigrantes sobre una población total de 42, 7 millones. Los datos aportados por los padrones de 2003 y 2004 elevan dicha cifra hasta 3,0 y 3,7 millones de inmigrantes –más o menos el7,3% y el 8,4% respectivamente de la población total que reside en España. No obstante, el número de extranjeros con autorización legal –permiso de residencia- para residir en España publicado por el Ministerio del Interior es muy inferior a la cifra del Padrón Municipal; según los datos de dicho ministerio referidos al final de los periodos correspondientes, el número de extranjeros que residen de manera legal en España –inmigrantes regulares- era de 1,3 millones en 2002, 1,6 millones en 2003 y 1,8 millones en junio de 2004.
Según las autoras del informe, hay datos provisionales que apuntan a que en 2005 pueden haber llegado 800.000 nuevos inmigrantes a España. Estas cifras se acercan cada vez más a las de los países europeos tradicionalmente receptores de inmigrantes, como Alemania o Bélgica. De hecho, la tasa de inmigración en España supera ya a la tasa media de inmigración de la UE. “De mantenerse el flujo actual, la población extranjera que reside en España superaría los 4,6 millones en 2008, algo más del 10% de la población total”.En la mesa redonda citada, la directora del INE, Carmen Alcalde, recordaba que cuando llegó a ese organismo en el año 2000, la tesis dominante era que la población española tendía a decrecer y que no llegaría nunca a los 40 millones. En enero de 2005 se superaban los 44 millones de personas. Falta de contabilizar lo ocurrido desde enero de 2005 a enero de 2006, pero Alcaide se atreve a pronosticar unas entradas de 500.000 o 600.000 personas, igual número que el año anterior.

"De mantenerse el flujo actual de llegada de inmigrantes, la población extranjera que reside en España superaría los 4,6 millones de ciudadanos censados en 2008, algo más del 10% de la población total"

¿Características de esos inmigrantes? Sami Näir explica en su libro cuatro evoluciones paralelas: creciente feminización, mayor cualificación de los trabajadores, un incremento de los solicitantes de asilo y la tendencia a unos desplazamientos cada vez más anárquicos y clandestinos. Y una última función, la del Mar Mediterráneo, para añadir masa crítica a una evolución crecientemente poderosa que tiende a constituirse en la principal cuestión de debate, más allá de las urgencias de cada momento. Desde mediados de los años sesenta del siglo pasado, el Mediterráneo se ha convertido en uno de los principales puntos de contacto entre el Norte y el Sur, una vía de encuentros y de tránsitos, de conflictos e intercambios entre las dos orillas. Allí se concentran en cierto modo, dice Näir, el “debe” y el “haber” de las relaciones de desigualdad, poder y oposición. Es una zona de fractura –política, comercial, cultural, económica, social y demográfica- no sólo entre los países ribereños del Sur y del Norte, sino más profundamente aún en el seno del propio Sur cuya brecha geopolítica se extiende hoy hasta el África subsahariana y se amplía por el Este, hacia Turquía, y muy pronto hacia Asia occidental. El Mediterráneo recibe de estas regiones toda la potente presión humana de las migraciones en demanda de trabajo o asilo. Y en el Norte, como un eco a esta expansión, la zona de acogida se extiende a nuevos países: España, Italia, Portugal, Grecia. Por ello es un asunto comunitario, no nacional. Son fracturas que plantean de modo acuciante la cuestión del desarrollo del Sur y del Este, única cuestión para estabilizar unas poblaciones deseosas de participar en las ventajas de la sociedad de consumo.

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