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MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista

Bajo el título de La invención de la gloria. Alfonso V y los tapices de Pastrana, se acaba de inaugurar el 12 de junio en el Museu de Arte Antiga de Lisboa una exposición excepcional que reúne allí por primera vez los cuatro paños donde se narran las hazañas bélicas del rey de Portugal, que fue conocido con el sobrenombre de “el africano” para evocar al mismo Escipión, quien incorporó Hispania a los dominios de Roma. La prensa y la sociedad lisboeta han recibido los tapices en triunfo y les han prestado una atención emocionada porque ofrecen una versión de la toma de las plazas del norte de África, en particular las de Arcila y Tánger, por los portugueses henchidos del espíritu de cruzados a distancia.
Se trata de unas piezas únicas, por sus dimensiones -11 por 5 metros-, por la calidad del tejido en lana y seda, manufacturado en los telares de Tournais hacia 1470, y por los motivos que recogen. Porque todavía en el último tercio del siglo XV los temas para estas obras eran siempre mitológicos, bíblicos o piadosos, mientras que los temas de los tapices de Pastrana son verdaderos reportajes a todo color de unos episodios que figuran como páginas gloriosas de la historia de Portugal. Los críticos de arte e historiadores, incorporados al proyecto de investigación para la plena recuperación de estos paños, subrayan la precisión de los retratos de los nobles guerreros que se sumaron a las expediciones africanas del rey, la identificación de sus armaduras y también las de las máquinas de guerra que les acompañaban. Los tapices obedecen al deseo de crear una imagen para la historia, intentan la invención de la gloria como reza el acertado título de la exposición. Se anticipan a los que Carlos V en 1535 mandó tejer para dar cuenta de la conquista de Túnez, que estaba cargada de parecidos significados políticos y religiosos.

"Se trata de unas piezas únicas, por sus dimensiones -11 por 5 metros-, por la calidad del tejido en lana y seda, manufacturado en los telares de Tournais hacia 1470, y por los motivos que recogen"

Los cuatro paños de la serie que conocemos como tapices de Pastrana son patrimonio de la Colegiata de esa villa alcarreña, por legado del duque del Infantado, conforme a una testamentaría fechada más allá de 1670. Pero hasta el momento carecemos de otros antecedentes documentales. Ignoramos cómo llegaron a poder del Duque del Infantado, cómo salieron de Portugal, si fueron botín de guerra obtenido en la batalla de Toro, quién se desprendió de ellos y por qué. Tampoco queda constancia de quién hizo el encargo, ni siquiera es seguro que fueran tejidos en los telares de Tournais. En todo caso, como ha escrito el director del Museu de Arte Antiga, Antonio Filipe Pimentel, “dichos tapices, más que dar cuerpo y figura al mero concepto de paños de Historia o historiados, ilustrados con episodios de cariz bíblico o mitológico o cuando menos de Historia antigua, deben entenderse en puridad como paños para la Historia en una relación operativa que deliberadamente se establece con la contemporaneidad”.  
Este prodigio de la tapicería que forma la serie de Pastrana viene a confirmar que el poder ha buscado siempre sistemas de propaganda para difundir su perfil más favorable, recabar la adhesión de los súbditos y ganar el respeto de los demás actores de la sociedad en que se inscribe o de las otras situadas en  su entorno político. Lo que fue variando a lo largo del tiempo fueron las técnicas de las que el poder se fue sirviendo para lograr esos objetivos que le son consustanciales. En nuestros días esas funciones de exaltación y sumisión se adjudican a los medios de comunicación social, de los que el poder, o mejor los poderes, intentan servirse para alcanzar esos fines. Los medios de comunicación de masas son un invento muy reciente apoyado primero en la imprenta y después en los sistemas electrónicos que difunden la voz y la imagen a larga distancia.
Pero las necesidades del poder tienen algunos perfiles invariables atendidos con los medios disponibles en cada época conforme al progreso tecnológico. Desde la antigüedad griega la arquitectura, la escultura y la pintura mural prestaron su concurso al poder. Estos recursos propagandísticos adolecían de falta de mobilidad, no eran transportables, portátiles, excepto las esculturas que fueron llegando a las colonias griegas y después acompañaron la expansión romana. Para resolver esos problemas y darle más alas al poder se pesó enseguida en los tapices. Cumplían una doble función suntuaria y propagandística. Ofrecían nuevas posibilidades porque podían lucir en las paredes de los palacios pero también ambientar ceremonias, acontecimientos y festividades, que hubieran de celebrarse en otros escenarios efímeros montados para la ocasión. La tapicería fue un arte que logró su máxima perfección en los talleres de Flandes, como tantas otras manifestaciones del lujo cultivado a partir de la corte del Ducado de Borgoña.

"No queda constancia de quién hizo el encargo, ni siquiera es seguro que fueran tejidos en los telares de Tournais"

Mucho más tarde en 1721 desde allí, desde Amberes, fueron llamados a Madrid los Vandergotten y los Stuyck para emprender la aventura de la Real Fábrica de Tapices, en cuya dirección se han sucedido los miembros de esa saga familiar durante ocho generaciones. Primero, en la Fábrica de Santa Bárbara y después, en la calle Fuenterrabía junto a la basílica de Nuestra Señora de Atocha. En 1932 la Real Fábrica pasó por necesidades del guión a llamarse Manufactura Nacional pero Manuel Azaña no la perdió de vista y le hizo un encargo decisivo para preservar tan delicados oficios: la restauración y reproducción de los tapices de Patrana, obra que se concluyó a mediados de los años cincuenta. La copia se encuentra ahora en la ciudad de Guimaraes al norte de Portugal y aspira a ser designada capital europea de la cultura en 2012.
Pero volvamos a los Tapices de Pastrana originales, que seguirán luciendo en el Museu de Arte Antiga de Lisboa hasta el 12 de septiembre. Unos días después colgarán en el palacio de Fuensalida en Toledo para engalanar su reciente rehabilitación y a mediados de diciembre tienen reserva de plaza en Madrid, en la sede de la Fundación Carlos de Amberes, promotora del acuerdo con la diócesis de Sigüenza-Guadalajara por el que fue posible que se llevara a cabo la magnífica restauración de los mismos en la manufactura de Wit y, al mismo tiempo, buscadora incasable de los recursos económicos necesarios para semejante aventura y las exposiciones consiguientes. Concluidos de modo admirable esos trabajos, los tapices fueron presentados en primer lugar en el Museo de Arte e Historia de Bruselas el pasado mes de enero y después en el palacio del Infantado en Guadalajara. En Patrana, mientras los tapices triunfan en otras plazas, deben desinsectarse y adecuarse los espacios para que a su regreso los paños no vuelvan a sufrir la patología de la que han sido liberados.  

"Este prodigio de la tapicería que forma la serie de Pastrana viene a confirmar que el poder ha buscado siempre sistemas de propaganda para difundir su perfil más favorable"

Recordemos que el Patrimonio Nacional, que gestiona los que fueron bienes de la Corona, atesora la mejor colección de tapices del mundo cuidados con el máximo esmero. Son los que cuelgan de los muros de los reales palacios y otros muchísimos más que es imposible exhibir hasta que se culmine el proyecto de museo que cerrará el conjunto monumental bajo la plaza de la Armería. Pero que hay en nuestro país otras colecciones excepcionales de tapices sobre todo en las catedrales y otros templos relevantes. Por ejemplo, en Huesca, en Zaragoza o en Toledo, no siempre mantenidos en las adecuadas condiciones para su conservación y que, a veces, presentan graves deterioros causados por la incuria y el abandono. Debemos empeñarnos para que la invención de la gloria plasmada en la serie de Pastrana y en tantas otras no vuelva a ser alimento de la polilla. Continuará.

 

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