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SALVADOR TORRES ESCÁMEZ
Notario de Arganda del Rey (Madrid)

INFORMACIÓN DEL COLEGIO NOTARIAL DE MADRID

En la muerte de Antonio de la Esperanza 

Salvador -me decía Antonio- que llegues pronto a la sección “Grandes del Notariado” y tardes mucho en llegar a la sección “In Memoriam”.
Ahora que él ha accedido a ésta última (a la primera entró hace mucho tiempo), cuando he intentado analizar qué sentimiento es el que me deja, he llegado a la conclusión de que me quedo con un sentimiento de envidia, de envidia sana, desde luego, si finalmente se acepta ésta en el sentido de alegrarnos sinceramente por las cosas buenas que el otro tiene y que a nosotros nos gustaría tener.
Me da envidia el montón de hijos y nietos que tanto le querían; la cantidad de amigos que le apreciaban (nunca oí a nadie hablar mal de él, ni siquiera regular); su mítico sentido del humor permanente, su corrección y caballerosidad en todas las situaciones; su éxito profesional, con una magnífica Notaría y una espléndida clientela; su vocación institucional, siempre preocupado por el mantenimiento de los valores del Notariado.
Me da envidia también su muerte, a los noventa años y después de un paseo en bicicleta.
Se habrán hecho y se harán otros recuerdos de su obra y de su persona mucho más rigurosos y más acertados que éste. Pero, para completar el primer aspecto, recordaré su ingeniosa tesis sobre la injusticia del art. 752 C.c., que impediría al testador confesarse con su hermano sacerdote en su última enfermedad. Y para corroborar sus bromas de leyenda repetiré aquí la anécdota del telegrama que envió a un notario ovetense comunicándole que le había sido concedida la Orden den San Raimundo de Roquefort y de cómo el agraciado fue corriendo a comunicárselo a los amigos que estaban tomando el vermouth en La Paloma.
Lo conocí hace treinta y cuatro años, dándole un insufrible tema de una hora en su despacho de la calle Juan Bravo, sobre la cesión de la acción reivindicatoria, ladrillo que el escuchaba con la misma sonrisa que le hubiera dedicado a Don Federico De Castro. Y me despedí de él hace dos meses cantando con la tuna universitaria en un restaurante de Salamanca, donde celebrábamos la clausura del Seminario Notarial Hispano Italiano, del que fue miembro fundador y animador constante. Gracias por todo, Antonio.
El único champán que no podía soportar era el De la Viuda.

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