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J. EMESA (+) y A. SPEI

IV - La venta de los F-16

La llegada de los norteamericanos a España produjo una pequeña convulsión en nuestra sociedad con repercusiones políticas, económicas y hasta domésticas. Sus coches, todos enormes, brillantes, con matrícula M-110000 y siguientes, empezaron a rodar por nuestras calles, los dólares corrieron fugaces por nuestros comercios y hasta las empleadas del hogar subieron el nivel de sus estipendios ya que los nuevos "amos" (v. arts.1554 y 1555 C.c.) satisfacían salarios semanales superiores a los mensuales de los nativos o aborígenes, aparte y además el acceso al P-X, o sea a sus economatos, con productos de imposible adquisición en nuestra tiendas. Trabajar con los americanos era un timbre de gloria y había que aprovechar todas estas circunstancias. Con tal fin, ideamos la venta fiduciaria de los sofisticados aviones militares F-16.
Esta vez nos esmeramos más ya que confeccionamos un pequeño dossier en el que, además del consabido oficio repartiendo las escrituras de venta a nuestros inocentes, se incluían un escrito del "Conbined Stafd" con membrete y todo, por el que se instaba a notarizar la transmisión, dando instrucciones para la transferencia, así como los correspondientes escritos no recordamos de qué Ministerios, quizá de Defensa, del Alto Estado Mayor de nuestras fuerzas armadas (?) y hasta una autorización de la Junta de Andalucía, esto sí, que no sabemos qué pintaba en el asunto, pero de la que teníamos un pomposo impreso. Alguna cosa más y, claro, todo en un sobre, debidamente lacrado y resguardado con un ostentoso "TOP SECRET" en tinta roja. La operación se refería a unos 25 o 30 aviones por cada presunto incauto y precisábamos que había que autorizar una escritura para cada jet, minutable por separado, lo que aumentaba considerablemente los honorarios, esto último, naturalmente, antes de ese leve golpe bajo, más moral y degradante que económico, asestado al Notariado que permite rebajar un diez por cierto los honorarios y hasta consensuarlos con el más puro estilo de feriantes, cuando la cuantía de la operación supera determinada cantidad, o sea , una especie de subasta a la baja. Calculábamos que cada reactor se valoraba, bien equipado y con sus pertenencias, en no nos acordamos cuantos millones de dólares, ya que por esa insignificancia no nos íbamos a arredrar, de modo que cada escritura suponía unos honorarios de unos tres millones de las antiguas pesetas. Por último, el hijo de un notario de Madrid, que a la sazón prestaba sus servicios como marinero (el hijo, claro) en el Ministerio de Marina de esta Villa y Corte, se encargó de distribuir el embolado a distintas Notarías, adecuada y gallardamente ataviado con el uniforme de nuestra Armada.
Bueno, pues nuestra inocua caza de cándidos surtió y aun superó los efectos esperados. Así, al cabo de unas semanas, el hijo de una de las víctimas de nuestra spinta cinegética nos informó que su padre, muy excitado, había comentado con la familia que "al fin me ha correspondido el mejor turno de mi vida, porque cuanto diréis que vale un F-16"  bueno, no lo puedo decir porque es secreto" y solicitaba nuestra anuencia para desengañar a su progenitor al que, según nos dijo, había sorprendido viendo prospectos de la casa Mercedes. Otro concienzudo y minucioso amigo, ya bien entrado el mes de Enero, al enterarse de la broma, comentó con un colega "como, pero no era verdad" y yo, soy tan gili... que me he estudiado los convenios de amistad con los Estados Unidos, que, por cierto, son una m…”. Charlando con un grupo de comadres, la esposa de otro de los incautos, las había informado que tenían el proyecto de un crucero con sus hijos, a determinar si sería por el Caribe, que le apetecía más, o por las capitales nórdicas, como quería su marido que, por cierto, tenía entre manos un asunto, al parecer importante, sin que ella pudiera precisar de qué se trataba. Y, en fin, aparte otros divertidos casos, un colega, precisamente el que había preguntado como se cobraba el acta de la entrega del oro de Moscú (v. n° 28, pg. 216 de esta revista), se encontró en un restaurante de la plaza de Chamberí con otro compañero, al que exhibió el turno que le había llegado; éste lo leyó atentamente al tiempo que su rostro se demudaba mientras decía "aquí hay mucha mafia; soy de los más antiguos notarios de Madrid y nunca me ha tocado algo parecido" y como seguía despotricando con voz in crescendo, aumentando escandalosamente los decibelios de su protesta hasta llamar la atención de la concurrencia, el primero tuvo que tranquilizarlo aclarando la inocentada.
En fin, no hay nada ucrónico en todo esto y a nosotros nos quedó la satisfacción de haber salpicado a nuestros colegas con unas vaporosas gotas del Plan Marshall y fomentar esa apetencia cresohedónica de ingresar en la áurea plutocracia, mientras que pensábamos que de ilusión también se vive y que, como decía uno de esos chinos que hacen proverbios, el iluso que ve el cielo en el agua, ve peces en los árboles.

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