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NOTICIAS DEL COLEGIO NOTARIAL DE MADRID

Segismundo Álvarez Royo-Villanova
Notario de Madrid

Probablemente no debería un hijo hacer la semblanza de su padre fallecido. En este caso, además no podría mejorar la que con tanta elegancia como afecto hizo Juan Álvarez-Sala en esta revista hace unos años, repasando su trayectoria como opositor, notario, jurista y político. Pero no he querido desatender la petición del Director para escribir en la revista del Colegio Notarial de Madrid, pues José Luis Álvarez perteneció a éste más de 40 años.

Mi padre decía que su felicidad -siempre se consideró un hombre feliz- tenía su base en que había tenido la suerte de acertar en dos decisiones: su profesión y su mujer (el orden es cronológico…). De la devoción por su mujer, Mercedes, no corresponde hablar aquí, pero sí de su profesión de notario. Hace unos años, cuando una niebla cada vez más densa iba desdibujando su memoria, le preguntamos si recordaba que había sido Alcalde de Madrid o Ministro. Nos contestó que no. “- ¿Y qué eras, notario? - Sí, claro”. José Luis Álvarez, que -parafraseando a Borges- tantos hombres había sido (profesor de Universidad, Doctor en Derecho, personaje clave en la Transición española, Ministro, Alcalde, Diputado, experto internacional en Patrimonio Histórico, Académico de Bellas Artes) fue, sobre todo, notario.Por eso me gustaría dar una imagen suya a la luz de las cualidades que la deontología notarial suele exigir al notario.

“José Luis Alvarez, que -parafraseando a Borges- tantos hombres había sido (profesor de Universidad, Doctor en Derecho, personaje clave en la Transición española, Ministro, Alcalde, Diputado, experto internacional en Patrimonio Histórico, Académico de Bellas Artes) fue, sobre todo, notario”

No es fácil ordenar esas cualidades por importancia, así que utilizaré -de nuevo- el orden cronológico. Empezaré por la ciencia, por ser de la que tengo la noticia más antigua. Hace unos años vinieron a mi despacho unos señores, los únicos en mi vida que me dijeron haber conocido a mi abuelo paterno. Era un hombre de familia humilde, nacido en Alba de Tormes y que falleció cuando mi padre tenía 20 años. Me dijeron: “- Su abuelo era muy simpático. Recuerdo que un día estaba en casa y dijo: - Este hijo mío pequeño va a llegar a Ministro, le tenemos que quitar las bombillas para que deje de estudiar”. No es de extrañar, por tanto, que obtuviera el premio extraordinario de bachillerato. Su excelencia académica siguió en la Universidad Complutense de Madrid, en la que obtuvo Premio Extraordinario de Licenciatura y Primer Premio al mejor expediente académico. La profundidad del estudio en la carrera hizo posible que unos meses después de terminar las milicias universitarias se presentara a las oposiciones a notarías, en las que sacó el número uno e ingresó por una segunda, Lalín, con 23 años. Hizo después dos oposiciones libres, sacando el número uno en ambas: en la primera de ellas obtuvo plaza en Valencia y en la segunda no obtuvo Madrid pero sí el honor de un dictamen ad hominem cuya curiosa historia cuenta Juan Álvarez-Sala. Llegó finalmente por oposición entre notarios a Madrid con 28 años. Esas cuatro oposiciones no agotaron su interés por el Derecho, pues fue después profesor en la Complutense, donde hizo el doctorado, y publicó sobre distintas materias de Derecho Civil. No se limitó tampoco a éste, pues combinó la afición al arte y su ciencia jurídica para convertirse en uno de los mayores especialistas en Derecho del Patrimonio Histórico, y el libro que publicó sobre esa Ley es hoy un clásico.SC IN MEMORIAM

Pero no basta la ciencia para ser notario. Probablemente la virtud más característica de la profesión sea la veracidad, que se conecta con la honestidad. La veracidad es un mínimo, pues es una obligación legal fundamental del notario. La honestidad o la honradez van más allá. La RAE dice que es honrado quien cumple sus obligaciones y su palabra, pero las obligaciones no son sólo las jurídicas sino también las morales. Ese sentido del deber es lo que impulsó a mi padre a dedicar toda su inteligencia y voluntad para que España pasara de ser una dictadura a una democracia equiparable a las europeas. Sin otra ambición e interés que el bien de su país, colaboró desde el principio de los 70 para ello. Cuando terminó su vida política volvió a su notaría, con la misma ilusión y dedicación de siempre. El artículo titulado “Un ejemplo de honradez”, que Emilio Contreras ha publicado hace unos días, dedica su primer párrafo a explicar el sacrificio económico que supuso para él dedicarse a la actividad política. Añado que un notario, buen amigo y buen vecino notarial, me comentó que la notaría de José Luis Álvarez nunca volvió a ser la misma de antes (mi padre no hablaba de esas cosas). Es decir, que no sólo sacrificó los ingresos de la época en que dejó la notaría, sino que después no aprovechó los contactos que suele dar la política.

“Sin otra ambición e interés que el bien de su país, colaboró desde el principio de los 70 para ello. Cuando terminó su vida política volvió a su notaría, con la misma ilusión y dedicación de siempre”

El conocimiento y la honestidad no bastan tampoco para ejercer bien la profesión. No es posible asesorar bien sin generar confianza. Y no es fácil generar confianza sin cercanía y capacidad de escucha, y estas no existen sin humildad. Todos los que lo conocieron coinciden en que combinaba su gran inteligencia y su extraordinaria capacidad de trabajo con una cercanía que facilitaba la confidencia y el consejo. Yo mismo lo viví, pues a mis amigos, incluso adolescentes, los escuchaba -y aconsejaba si se lo pedían- con la dedicación y atención que ponía en todo. No me resisto a citar la última frase de una entrevista que le hizo nuestro compañero Filiberto Carrillo de Albornoz para esta revista: “Podemos concluir que en la figura de José Luis vemos un hombre ameno, trabajador, al que su humildad engrandece aún más”. No hay que olvidar que la humildad es una virtud que no consiste tanto en rebajarse de lo que uno es como en evitar la soberbia, que nos hace vernos por encima de lo que somos. Por eso me gusta contar una anécdota que muestra bien ese riesgo, sobre todo para cualquiera que ostente un cargo político o representativo. Como Alcalde y como Ministro de Transportes mi padre trabajaba sin cesar. Por eso decidió que debía pasar al menos dos semanas del verano con su mujer y sus cinco hijos adolescentes, a los que veía tan poco. Tras tres días de “convivencia” -me contó todo esto muchos años después- vio que había sido un error: un hijo no aparecía a comer, varios llegaban tarde a cenar, todos desayunaban a deshora. Más que conversaciones tranquilas y maduras, lo que había eran discusiones, contestaciones y ausencias. No tenía sentido perder allí el tiempo cuando tenía una montaña de trabajo en el Ministerio: debía volver ya. Sin embargo, dándole vueltas a la situación en un paseo, de repente lo vio claro: comprendió que la vida real, su vida, era esa, no la del Ministerio donde todo el mundo le decía que sí a todo. Y aguantó las dos semanas.
La justicia es otra cualidad que se exige al notario. No es posible ejercer la función de notario, que requiere controlar la legalidad pero también imparcialidad e independencia, sin tener un sentimiento profundo de la justicia. El artículo que ha escrito Marcelino Oreja en ABC sobre José Luis Álvarez se titula “Bondad y espíritu de justicia”, por ser las dos cualidades que más le impresionaban. Pero no se trataba del afán justiciero: destaca que defendía la justicia que nace del equilibrio, de las posiciones centradas que tienen en cuenta las razones de cada uno, algo que nos debe ser familiar a todos los notarios, que debemos conciliar con independencia y justicia los distintos intereses. La independencia la mostró también en su trascendente pero breve trayectoria política, dimitiendo de su cargo de Ministro por entender que las decisiones del Gobierno no eran las mejores para España. Esa lucha por la justicia se reflejó también en sus escritos jurídicos y muy especialmente en su tesis, en la que estudió y criticó el estatuto de la mujer soltera o viuda en el Derecho Civil entonces vigente. El equilibrio, la independencia y la voluntad de servicio se ponen de manifiesto también en su labor como parlamentario al final de su vida política. Como diputado de la oposición pudo aportar sus conocimientos jurídicos y su amor por el Arte y la Cultura en la elaboración de la Ley de Patrimonio Histórico, todavía vigente hoy. Son reveladoras las palabras que dijo en la presentación de esta ley en el Parlamento, dirigidas al entonces Ministro de Cultura Javier Solana: “Quiero hacer un reconocimiento público del trabajo realizado en Ponencia y Comisión, que ha servido para enriquecer y mejorar el contenido del proyecto, porque es la primera vez en esta legislatura en que se ha tratado de examinar a fondo las enmiendas sin considerar de dónde venían. Si esta actitud se extendiera a otros proyectos, repercutiría en beneficio de nuestras leyes”. Palabras de 1985 que suenan más actuales que nunca.
No puedo terminar sin decir que todas estas virtudes no eran más que las manifestaciones de algo tan difícil de definir y tan equívoco como la bondad. Tan equívoco que Machado se veía obligado a especificar que era, “en el buen sentido de la palabra, bueno”. Así era, también, José Luis Álvarez.

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