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CARLOS E. RODRÍGUEZ
Periodista y fue director y editor de La Gaceta de los Negocios, Panorama, Otr. Pres, Dinero, Intereconomía y otros medios

Hace unos años, cuando empezaron a llegar al público los comportamientos desviados de muy altos directivos de grandes corporaciones norteamericanas, involucrando incluso a hasta entonces respetadas firmas de consultoría y auditoría con prestigio mundial, el primer ejecutivo de una de estas últimas, no afectada por tales comportamientos, consultó a uno de los más conocidos expertos de comunicación de Washington y recibió, por cierto pagada a buen precio, una envenenada recomendación: el público quería ver rodar cabezas, no creería una versión de la realidad distinta al escándalo, lo mejor era agazaparse, perder visibilidad, guardar silencio. El cómodo experto recordó incluso al agobiado empresario la bíblica lamentación del Papa en las horas de poder de la barbarie nazi: "Acuden profesionales y negociantes, y no es fácil para el afectado distinguir el grano de la paja. Como está aceptado, y por otra parte es verdad, que "lo que no está en los medios, no existe", unos quieren hacerse visibles en los medios de manera positiva, otros buscan por lo directo quién y por cuánto consigue publicar los que ellos quieren, y algunos buscan permanecer al cobijo de sombra protectora.
Es fácil imaginar lo poco que conviene la visibilidad en los medios a los dedicados, por ejemplo, a los fabulosos negocios de la prostitución, las drogas, la venta de armas, el tráfico de órganos o el blanqueo de capitales. De la misma manera que a cualquiera que está dedicado a negocios lícitos o profesiones respetables le conviene siempre eludir la suspicacia de las sombras y estar pues en los medios, eso sí, de manera favorable. El experto antes citado dio a su cliente el peor consejo posible, porque, excitada la opinión pública, guardar silencio era toda una confesión de turbios asuntos que ocultar. Consejo malo para el cliente, pero no para el consejero, porque cobrar por no hacer nada debe ser delicioso.

"En esto de la Comunicación hay mucho de sentido común, algo de técnica, bastante de profesionalidad y no poco de experiencia. Y claro está, hay negocio"

En muchas profesiones cuecen habas. Es famosa la historia, seguramente apócrifa, del penalista que, cuando recibía a un inquieto cliente, escuchaba el relato de sus angustias con ceño progresivamente sombrío. Cuando el cliente, bajo la tremenda convergencia de sus problemas y el inquietante gesto del experto legal, había llegado al punto de cocción, el penalista interrumpía el relato con voz grave: "Bien, esté tranquilo, ahora lo más importante es evitar el ingreso en prisión". El cliente, por cuyas pesadillas habían pasado imágenes horribles "la quiebra, la ruina familiar, el embargo, la vergüenza pública", pero en modo alguno la cárcel, quedaba despavorido e incapaz del menor reparo a la desmedida provisión de fondos que, a renglón seguido, le pedía el experto. La chequera aparecía en su mano casi antes de que fuera necesaria.   
También los políticos con problemas de imagen son piezas deseadas por presuntos expertos en comunicación, más bien cazadores de oportunidades. El político de turno, sea al frente de un Ministerio o en un cargo relevante del partido, está haciendo todo lo que puede, pero algo se le ha atravesado con la opinión pública y ve, desolado, como su gestión y sus palabras reciben siempre las peores valoraciones. Es la ocasión del pretendido experto, más veces un sociólogo que un periodista, pero hay de todo. Busca quién le recomiende y un buen día se sienta ante el esperanzado político con toda una parafernalia tecnológica: pantalla digital de última generación, punteros láser, ordenador inalámbrico y algunos "gadgets" complementarios. El ayudante dispone todo el tinglado, y el político guarda un silencio expectante ante el brujo que va a revelarle las tablas de la ley de la comunicación. El experto imposta la voz, los "pixels" burbujean en la pantalla y unos preciosos gráficos de atinados colores empiezan a desfilar.
"Nos enfrentamos a una crisis" -sentencia el experto, como si el político no lo estuviera sufriendo cada mañana. Y añade: "La solución pasa por maximizar las fortalezas y minimizar las debilidades". Casi todas las revelaciones están hechas de análogas simplezas. Y lo curioso es que nadie llega a un alto cargo político siendo un inocente. ¿Cómo es posible que una y otra vez, y muchas más, sea raro el político que no muerda un anzuelo tan poco sofisticado? Por las mismas razones que el ejecutivo al principio citado, porque escucha lo que quiere oír, porque le dicen lo que le gustaría que se hiciese verdad, que la realidad desagradable desapareciese. Los gráficos ganan en estilo y los colores en diversidad. El experto analiza fortalezas, resalta debilidades y escucha el agradable tilín de la máquina registradora.
Pero la realidad es terca. El empresario o ejecutivo que guardó silencio cuando debía haber saltado a la palestra a defenderse con firmeza, acaba arrollado por la marea de la opinión pública. El político que maximizó fortalezas y minimizó debilidades acaba fuera del cargo, abrasado por el castigo de los medios informativos. Ni la comunicación es un raro exoterismo revelado, ni el silencio ante el ataque injusto o la difamación equívoca hace otra cosa que alimentar las sospechas. "Algo tendrán que ocultar, cuando guardan silencio", dice el buen sentido común de la gente.
La comunicación profesional y competente es otra cosa, más sencilla y seguramente mucho más trabajosa. Parte de la convicción de que la gran mayoría de los medios buscan honradamente la información veraz y tienen que cuidar con mimo el crédito de la opinión pública. La opinión pública es también un tribunal, y como cualquier tribunal a veces acierta y a veces se equivoca, como asimismo hay mejores y peores jueces. Cuando una gran empresa o un sector de empresas o un colectivo profesional se ven envueltos en algo que les excede y puede afectar a su imagen por la natural confusión de las implicaciones, le peor receta, sin paliativos, es guardar silencio. El que calla, otorga u oculta. Otra mala receta, porque despierta todas las suspicacias, es ponerse a maximizar fortalezas y minimizar debilidades.

"La comunicación profesional y competente es otra cosa, más sencilla y seguramente mucho más trabajosa. La mayoría de los medios buscan honradamente la información veraz y tienen que cuidar con mimo el crédito de la opinión pública"

Ahora bien, cuando las implicaciones son equívocas, o cuando sencillamente no se es culpable, el mejor comportamiento es el más sencillo: dar la cara y decir la verdad, sin temores a la popularidad o impopularidad del momento, proclamar sin rodeos la propia inocencia, desbrozar y argumentar las raíces de las ambigüedades y los equívocos, empeñar la palabra.  Claro que esto exige esfuerzo, trabajo, elaboración de argumentos, notas y declaraciones a la prensa, artículos de fondo, en definitiva, hacer a los medios informativos cómplices de nuestra verdad. 

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