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MANUEL OBESO DE LA FUENTE
Notario de Santoña (Cantabria)

Desde la perspectiva de los últimos tres o cuatro años, y si se prescinde de los desasosiegos derivados de los nuevos índices, de los que quiero considerar malos entendidos con los registradores, las sucesivas sevicias arancelarias, la amputación traumática del Reglamento Notarial y, en general, de los problemas comunes del notariado en todo el país, lo cierto es que en el estricto ámbito de la Comunidad de Cantabria el balance relativo a la vida y actividad notarial arroja, en conjunto, un resultado relativamente plácido, propiciado en buena medida por la ya añorada situación de bonanza económica.
En cambio, y haciendo tránsito a las perspectivas del futuro inmediato, aparte de algunas materias que, aunque nos pueden afectar, no son propiamente notariales (como el reciente respaldo europeo a determinadas peculiaridades tributarias del vecino País Vasco que, en tiempos no muy lejanos provocó distorsiones que todos recordamos) en el último tramo de esa etapa se produce una circunstancia que, en la perspectiva autonómica en que nos situamos, llena el panorama casi por completo: la creación del nuevo Colegio de Cantabria como consecuencia de la reordenación del ámbito territorial de los Colegios Notariales contemplada en el anexo V del Reglamento Notarial.
Qué duda cabe que el alumbramiento de un nuevo Colegio Notarial se nos presenta a los notarios de Cantabria como algo atrayente. Sin embargo, al mismo tiempo, no puedo negar que el camino se barrunta algo fragoso. Para andarlo con éxito creo que deberíamos esforzarnos en aprovechar la circunstancia que, al mismo tiempo, representa su mayor dificultad: Tras el de La Rioja, el de Cantabria será el segundo Colegio de menor dimensión (43 colegiados).
La creación y puesta en marcha de nuestro nuevo Colegio ha de acometerse, no diré que desde la nada, pero casi; y ello tanto desde el punto de vista material como desde el organizativo y, sobre todo, desde el del establecimiento de relaciones y canales de comunicación con la Administración Autonómica y demás Administraciones, instituciones y cuerpos profesionales actuantes en el ámbito de Cantabria.
Si partimos de esa situación es, en gran medida, por circunstancias ineluctables como la lejanía y dificultades de comunicación con Burgos, en cuyo Colegio hemos estado históricamente integrados. Pero también (entonemos el mea culpa, aunque quepa la misma explicación), por una cierta inercia de los notarios de Cantabria de no participación en la vida colegial.
De este modo, la puesta en marcha de nuestro nuevo Colegio va a requerir, fundamentalmente, que todos los notarios de Cantabria mostremos un punto de generosidad en el sentido más amplio del término: Hemos de afrontar el coste material de la empresa (tema en el que esperamos que prevalezcan tanto las leyes y sus formas, como el sentido común, el práctico y los de solidaridad y justicia); hemos de establecer la organización interna del Colegio y de todos sus servicios, especialmente los dirigidos a la atención al ciudadano; y, como antes he apuntado, hemos de establecer con todas las Administraciones públicas actuantes en Cantabria, así como con otros cuerpos tanto profesionales como funcionariales, los oportunos cauces de comunicación y colaboración.
Creo que a nadie se le puede escapar que para que todo ello llegue a buen puerto, es inexcusable una labor compartida de todos.

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