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MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista

Sostenía el inolvidado Carlos Luís Álvarez Cándido que la actualidad tergiversa la realidad. Una afirmación que todos hemos podido verificar muchas veces. En particular quienes, por ejemplo, hayan tenido la responsabilidad de organizar convocatorias sobre cuestiones de relevancia cuando, después de haberse esforzado en conseguir la presencia de personalidades de alto perfil, observan cómo la información que al día siguiente dan los medios ignora de plano el acontecimiento. Porque prefieren prestar eco tan sólo a las respuestas ofrecidas por alguno de los participantes, al que interrogaron los periodistas sobre cuestiones de supuesta actualidad, ajenas por completo a los asuntos que allí se ventilaban.

"A los periodistas enseguida les tentaba probar el fruto del árbol prohibido para llegar a ser como dioses. Para considerarse investidos del poder de la divinidad les bastaba sentir a su alcance la posibilidad de convertir en noticia todo aquello con lo que entraran en contacto"

De forma que una convocatoria para examinar las opciones de la Defensa Europea tiene todas las papeletas para ser ignorada, aunque cupiera atribuirle el efecto colateral de darnos a conocer las preferencias de Javier Solana respecto a los candidatos en liza para la elección de secretario general del Partido Socialista. Y si fuera el presidente de la república francesa, Nicolás Sarkozy, quien viniera a Madrid para recibir el collar de la Orden del Toisón de Oro de manos de Su Majestad el Rey, sucedería que las preguntas generadas durante su comparecencia conjunta con Mariano Rajoy en Moncloa pudieran muy bien girar sobre el proceso del caso Gürtel en la Valencia de nuestras corrupciones.
En definitiva, sucede que las pretensiones de notoriedad, que fijaban de antemano los planificadores de los acontecimientos y las oficinas de prensa de las instituciones y de las empresas, se veían alteradas por esos intermediarios que han terminado siendo los periodistas. Se interponían como un filtro entre la materia prima de la información y sus destinatarios finales, modificando el ángulo de incidencia y el impacto causado sobre los receptores. Pero la situación de partida, así descrita, se ha visto alterada      –desviada, unas veces; multiplicada y agravada, otras- porque en los últimos años se ha producido un cambio decisivo en la relación que existía entre la realidad y su difusión mediática.

"Los periodistas han desertado masivamente de estar en los escenarios donde se representa la función. Prefieren conformarse con alimentos informativos precocinados, inodoros, incoloros e insípidos, sin bacterias nocivas pero sin vitaminas estimulantes"

Dice el evangelio de Juan que en el principio fue el verbo, pero luego, favorecida por Gutenberg, surgió la prensa de masas -un fenómeno al que se sumó la radio y la televisión- y al servicio de esas funciones se fueron incubando unos profesionales especializados denominados periodistas, que se erigieron en administradores de la actualidad. Pudimos entonces observarles rastrillando toda esa ganga abrumadora de hechos informes en busca de esas pepitas de oro, es decir, de esos elementos de alta radiactividad noticiosa con capacidades para ser propulsados a la notoriedad.  
A los periodistas enseguida les tentaba probar el fruto del árbol prohibido para llegar a ser como dioses. Para considerarse investidos del poder de la divinidad les bastaba sentir a su alcance la posibilidad de convertir en noticia todo aquello con lo que entraran en contacto. Pensaban que al seleccionar de entre la infinitud de hechos disponibles aquellos que iban a difundir como noticia, fijaban a su antojo los vértices luminosos de la esfera de la comunicación, igual que hacían los astrónomos al definir las constelaciones. O sea, que los periodistas y sus jefes de estado mayor, los editores, cuando actuaban así fungían como tergiversadores de la realidad, actuando como si hubieran registrado y puesto a su nombre todas las olas del mar de la difusión mediática. Se apropiaban en exclusiva de la capacidad de discriminar de entre la infinitud de hechos observables, aquellos susceptibles de convertirse en noticias. Entonces procedían a difundirlos conforme a una graduación definida según ámbitos geográficos y temáticos y así les añadían el valor diferencial de la notoriedad. Eran aquellos tiempos en los que dispensar esa etiqueta de relevancia parecía reservado casi en exclusiva a periodistas y editores.  
Pero en los tiempos que ahora corren, han surgido otras formas, otros sistemas y otras velocidades para la difusión de los hechos. Con ello se ha modificado el hábitat natural de los periodistas. La primera consecuencia ha sido la pérdida de la exclusividad previa de que gozaban para decidir a su arbitrio sobre la noticiabilidad de un hecho, como si estuvieran eximidos de respetar la ley de la gravitación informativa, conforme a la cual se debería determinar el peso noticioso de los acontecimientos. Desde luego, los periodistas han desertado masivamente de estar en los escenarios donde se representa la función. Prefieren conformarse con alimentos informativos precocinados, inodoros, incoloros e insípidos, sin bacterias nocivas pero sin vitaminas estimulantes.

"La necesidad más acuciante es la de un McLuhan que a partir de los nuevos fenómenos comunicativos en presencia haga una elaboración teórica capaz de darles explicación"

En todo caso, las alteraciones que inducen los nuevos instrumentos de difusión, permiten establecer un paralelismo entre la información y la Física. Porque, según enseña la historia, los avances científicos se han producido siempre al compás del perfeccionamiento de los instrumentos de observación y de medida. Su adopción permite observar fenómenos que habían permanecido indetectables, así como anotar medidas mucho más precisas con capacidad de invalidar axiomas establecidos. A partir de ahí, cuando la teoría vigente dejaba de ser capaz de dar cuenta de los fenómenos observados, se había de proceder a sustituirla por otra nueva que los explique.
El camino más habitual ha sido el que va de la experimentación en el  laboratorio a la teoría; pero también -con Newton, Maxwell o Einstein- se han producido adelantos teóricos que luego han debido someterse al contraste experimental. De modo análogo el perfeccionamiento de las tecnologías de la información ha invalidado las antiguas relaciones entre la realidad y los medios, entre los emisores y los receptores. Ahora la comunicación ha pasado a ser de doble sentido; a fluir no sólo del emisor al receptor, sino también del receptor al emisor. Así que la necesidad más acuciante es la de un McLuhan que a partir de los nuevos fenómenos comunicativos en presencia haga una elaboración teórica capaz de darles explicación.

"Cuidado con eliminar la benéfica acción depuradora que, muchas veces, ejercen los periodistas frente a intereses espúreos o legítimos, pero sesgados, de los agentes involucrados"

Aceptemos que los  nuevos soportes virtuales, al eliminar los procesos de fabricación industrial de los ejemplares impresos, han favorecido la sincronizan de la sucesión de los hechos con la instantaneidad subsiguiente de su conocimiento, como ya sucedía con los medios electrónicos. Así, los agentes sociales dejan de sentirse secuestrados por los medios y por los periodistas; piensan que, en adelante, podrán modular a su antojo; descubren el paraíso del enlatado, según se ha comprobado durante la campaña electoral; y ven, albriciados, cómo se evapora el debate para dar paso al canutazo.
Claro que al llegar aquí hemos de reconocer, conforme nos tiene advertidos Jean Baudrillard en su ensayo La ilusión del fin, que no hay lenguaje humano que resista la velocidad de la luz, ni acontecimiento que resista su difusión planetaria, ni sentido que resista su aceleración, ni historia que resista el centrifugado de los hechos, o su interferencia en tiempo real. Los nuevos modos de la comunicación social funcionan a la velocidad de la luz multiplican los receptores y los activan convirtiéndolos en informantes. Las nuevas posibilidades que abren las modernas tecnologías son un recurso liberador que algunos piensan permiten sortear a los intermediarios periodísticos. Así dicen que se evitaría la distorsión malévola de un filtro intencionado. Pero, cuidado con eliminar la benéfica acción depuradora que, muchas veces, ejercen los periodistas frente a intereses espúreos o legítimos, pero sesgados, de los agentes involucrados –políticos, sociales, económicos, bancarios, sindicales, religiosos, ecológicos o de cualquier otro sector- movidos por el empeño de inocular dosis letales para la lucidez del lector o del oyente.  
Estamos en plena exhibición del café sin cafeína, del té sin teína, de la cerveza sin alcohol, de los ejércitos sin soldados, de los aviones sin pilotos, de las prisiones sin muros, de las aulas sin profesores, de la orquesta sin director, del periodismo sin periodistas y se diría que llegamos también a la comunicación sin periodismo. ¿Vivirán los periodistas la irrupción de otros actores deseosos de disputarles el monopolio en la administración de la notoriedad como si fuera su expulsión del paraíso o serán capaces de volver sus ojos y sus empeños al desempeño de un servicio público que se ha vuelto más imprescindible?. Atentos.

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