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MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Periodista

En su novela La lentitud Milan Kundera se pregunta por qué habrá desaparecido el placer de la lentitud, el placer del paseante. Le inquieta saber dónde estarán los héroes holgazanes de las canciones populares y vuelve sobre un proverbio checo en el cual la dulce ociosidad se define como la contemplación de las ventanas de Dios, una actitud que disipa el aburrimiento y trae la felicidad a quienes la adoptan. Cuestión distinta es que en el mundo de estos días, la condición de paseante haya sido resignada en los ociosos y que la ociosidad se haya degradado hasta terminar equiparada a desocupación. De manera que el desocupado está frustrado, se aburre y busca constantemente el movimiento que le falta. Pero, como observaba Leonardo, es básico establecer la distinción entre ocio -un hacer inútil, “sin soldada ni material beneficio”, con el esfuerzo dedicado “a lo irreal, a lo supremo”- e inactividad.
Han sido muchas las generaciones educadas en aquello de que la ociosidad es la madre de todos los vicios. Pero, con el paso de los años, estamos empezando a pensar que en el mundo se ha trabajado en exceso y a descubrir que la identificación del trabajo como una virtud ha causado enormes daños en la época que vivimos. De modo que el camino hacia la felicidad y la prosperidad podría requerir una reducción organizada del trabajo. En esa línea, Ramón Gómez de la Serna escribía a Arturo Soria y Espinosa (Labrador del aire. Editorial Turner. Madrid, 1983) que la ociosidad, más o menos hambrienta, es la mayor suculencia del espíritu.

"Han sido muchas las generaciones educadas en aquello de que la ociosidad es la madre de todos los vicios"

De modo que si la estimulación espiritual inducida por el hambre barruntara nuevas avenidas estaríamos en vísperas venturosas habida cuenta de que en nuestro país hay ya casi cuatro millones de parados, del un total de seis millones de desempleados, que carecen de prestación o subsidio alguno. Hasta ahí nos llevan los microdatos de la Encuesta de Población Activa (EPA) correspondiente al primer trimestre de 2014, facilitados a los analistas de la Fundación 1º de Mayo de Comisiones Obreras. Que la proporción de parados receptores de subsidios se haya reducido a un tercio ha suscitado la duda perpleja de algunos observadores que no saben si felicitar a la ministra de Empleo Seguridad Social, Fátima Báñez, por los avances en la desprotección social y animarla para que culmine su extinción o, por el contrario, censurarla por encaminar a los parados a la exclusión social, donde prospera la cofradía del santo reproche y se incuba la rebelión de las masas.
El caso es que cuando se consideraba extinguido el marxismo volvemos a darnos de bruces con la vigencia de las preguntas que planteaba, como viene a  probar el libro del profesor Thomas Piketty El Capital en el siglo XXI, que debería proclamarse de lectura obligatoria en las celebraciones dedicadas al cada 9 de mayo vez que celebramos el Día de Europa. Sus estudios vienen a demostrar cómo el rostro humano del capitalismo, que prevaleció en los 25 años posteriores a la segunda guerra mundial y que permitió generar el modelo social europeo, ha perdido sus perfiles diferenciales para ponerse de nuevo al servicio de la desigualdad mediante el reparto sin equidad del crecimiento. Ese modelo social europeo, que suscitaba la envidia de “partos, medos y elamitas”, ahora es visto como un lastre abominable que dificulta competir. Y en el “todo por la competencia” comienza la espiral de la degeneración. Y queda averiguado que si renunciáramos a europeizar China sería para acabar achinando Europa. Un programa que incluiría modificar la letra de la Internacional para que donde dice “Agrupémonos todos en la lucha final” pasaría a decir “Achinémonos todos …”.      
Después de la aproximación a la ociosidad, se impone volver a La lentitud porque en sus páginas queda desvelado el vínculo secreto que relaciona la lentitud y la memoria, de una parte, y la velocidad y el olvido, de otra. El paseante que callejea aporta la prueba que lo confirma: si quiere recordar algo que se le escapa, afloja el paso; por el contrario, si intenta olvidar un incidente penoso que acaba de ocurrirle, lo acelera de modo automático sin darse cuenta, como si quisiera alejarse rápido de lo que, en el tiempo cronológico se encuentra aún demasiado próximo. En la mecánica existencial, esta experiencia del paseante adquiere la forma de dos ecuaciones elementales: el grado de lentitud es directamente proporcional a la intensidad de la memoria; el grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido.

"Una concentración de periodistas con la nube de fotógrafos y cámaras de televisión que la envuelve sirve muchas veces de catalizador para la ocurrencia de acontecimientos que sin su presencia dejarían de producirse"

Según Elías Canetti una ocurrencia dolorosa sería la de que a partir de un punto preciso en el tiempo, la historia hubiera dejado de ser real. Porque entonces, sin percatarse de ello, la totalidad del género humano de repente se habría salido de la realidad y todo lo que habría sucedido desde ese instante ya no sería en absoluto verdad, sin que pudiéramos darnos cuenta de ello. Esa expresión “la totalidad del género humano de repente se habría salido de la realidad”, lleva a Jean Baudrillard a evocar la velocidad de liberación que necesita adquirir un cuerpo para salirse del campo gravitatorio de un astro o de un planeta.
En su libro La ilusión del fin. La huelga de los acontecimientos (Editorial Anagrama. Barcelona, 1993) el citado autor establece que la aceleración de todos los intercambios, económicos, políticos, sexuales, nos ha conducido a una velocidad de liberación tal que nos hemos salido de un espacio-tiempo determinado, en el que todavía lo real es posible porque la gravitación es lo suficientemente fuerte como para que las cosas puedan reflejarse, y por lo tanto tener alguna duración y alguna consecuencia. A su entender, cada acontecimiento, a través de su impulsión de difusión y de circulación total, es liberado únicamente respecto a sí mismo: cada hecho se vuelve atómico, nuclear, prosigue su trayectoria en el vacío. Porque para ser difundido hasta el infinito, tiene que estar fragmentado como una partícula. Sólo así el acontecimiento puede ser difundido de modo acelerado hasta alcanzar una velocidad de no retorno, que lo aleja definitivamente de la historia.
Cada conjunto, cultural, incidental, precisa ser fragmentado, desarticulado, para entrar en los circuitos de difusión. Cada lenguaje debe resolverse en un dispositivo binario para circular no ya por nuestras memorias sino por la memoria electrónica y luminosa de los ordenadores. La conclusión es que no hay lenguaje humano que resista su difusión planetaria. No hay sentido que resista su aceleración. No hay historia que resista el centrifugado de los hechos, o su interferencia en tiempo real.
En cuanto a la transparencia que ahora se reclama de modo tan vehemente, téngase en cuenta que es capaz de desencadenar tanto efectos activadores como paralizantes. Tenemos comprobado que una concentración de periodistas con la nube de fotógrafos y cámaras de televisión que la envuelve sirve muchas veces de catalizador para la ocurrencia de acontecimientos que sin su presencia dejarían de producirse. Pero sabemos también que esa misma nube sirve de agente bloqueante para impedir otras reacciones. Así, el embajador Samuel Hadas explicaba cómo las conversaciones y acuerdos de Oslo entre israelíes palestinos hubieran sido imposibles en el caso de haberse conocido la información de que se estaban celebrando. Porque si, al concluir cualquiera de los encuentros allí mantenidos, las delegaciones del gobierno israelí y de la Autoridad Nacional Palestina hubieran estado emplazadas a comparecer ante los medios de comunicación para dar cuenta de lo debatido, la sesión entera se habría dedicado a convenir qué habría de decirse a quienes esperaban fuera y cómo graduar esa información para que cada una de las partes involucradas salvase la cara.
La mecánica cuántica nos advierte de que ninguna magnitud permanece igual a sí misma después de haber sido observada o medida. Porque los instrumentos de medida o de observación interaccionan con el fenómeno escrutado y lo altera. Del mismo modo sucede en la mecánica periodística, donde “nada, ningún acontecimiento, ningún hecho, se mantiene igual a sí mismo después de haber sido difundido como noticia”. Tampoco nadie se comporta de la misma manera, si se sabe sometido a observación, es decir, intervenido por los medios informativos.

"En la mecánica periodística 'nada, ningún acontecimiento, ningún hecho, se mantiene igual a sí mismo después de haber sido difundido como noticia'"

Las nuevas tecnologías de la información nos han conducido a vivir inundados de una información que para ser instantánea ha de ser reducida a fragmentos. Nos encontramos en la misma situación que deparan todas las inundaciones físicas, donde las imágenes de televisión nos muestran a la gente subida a las terrazas o a la copas de los árboles con el agua al cuello mientras da cuenta de que la primera carencia, la más urente en remediar es la del agua potable. Del mismo modo a nosotros, en medio de esa inundación informativa circundante, nos falta la inteligibilidad que dé sentido a toda esa crecida que nos ahoga, nos sumerge por todas partes y nos deja noqueados. Carecemos del instrumental que nos permita descodificar, descontaminar, verificar toda esa información fragmentaria que nos desborda. Esa es la labor del verdadero periodista, en cualquiera de los ámbitos -local, nacional, europeo o global- donde haya de operar. Su función es la de servir de planta potabilizadora que depure la información, que la libere de  sesgos, de tergiversaciones  de intereses sectarios.

"Carecemos del instrumental que nos permita descodificar, descontaminar, verificar toda esa información fragmentaria que nos desborda"

Hemos de reconocer que más allá de los periodistas de estricta observancia, con voto de obediencia a los intereses dominantes, y de aquellos otros alistados en la tropa mercenaria, siempre dispuesta al grito de ¡Viva quien vence!, o si se prefiere de ¡Viva quien vende!, hay periodistas convencidos de que su profesión tiene un irrenunciable componente de servicio público, que se sienten comprometidos en esa dirección. Muchos de esos periodistas, a consecuencia de los movimientos sísmicos registrados en los medios de comunicación, se han quedado descolgados de sus trabajos y, sin embargo, permanecen dispuestos a salir, a volver a al ejercicio profesional en otros soportes. Para dar cuenta de esto han aparecido publicaciones online sin necesidad de inversiones inalcanzables. Por ahí se ha originado toda esa constelación de nuevas publicaciones que demuestran cómo en parte alguna está cifrada la fatalidad de nuestro destino. Hay fuerzas, hay gente, hay valores, hay inteligencia y las nuevas tecnologías permiten sumar todo ello. La Unión Temporal de Redacciones (UTR) que dio origen a la edición única de HERALDO DE MADRID el pasado 28 de marzo, al cumplirse 75 años de su incautación vino a probar la existencia de un público que demanda nuevos medios.      
Russell propugnaba una educación que fuera más allá del punto que generalmente alcanza en la actualidad y se dedicara a despertar aficiones que nos capacitaran para usar con inteligencia el tiempo libre. Cuestión diferente es que la clase ociosa, a pesar de su carácter opresivo y de verse obligada a inventar teorías que justificasen sus privilegios, haya prestado a veces contribuciones decisivas a casi todo lo que llamamos civilización -las artes, las ciencias, la literatura, la filosofía- y que haya refinado también las relaciones sociales. Incluso sostiene Russell que "la liberación de los oprimidos ha sido, generalmente, iniciada desde arriba". De ahí que a su entender "sin la clase ociosa, la humanidad nunca hubiese salido de la barbarie".

"Actuando local, sumándonos en amigable compañía a los paseantes podemos remontar nuestro pensamiento a lo global, haciendo escala en Europa"

Para nuestro autor las dos cosas más universalmente deseadas son el poder y la admiración. Y sucede que por lo general los hombres ignorantes no pueden conseguir ninguna de las dos sino por medios brutales, que llevan aparejada la adquisición de superioridad física. La cultura, por el contrario, proporciona formas de poder menos dañinas. En esa línea, invoca la figura de Galileo de quien dice que hizo más que cualquier monarca para cambiar el mundo y que con un poder superior al de sus perseguidores para nada tuvo necesidad de aspirar a ser, a su vez, perseguidor. En sentido contrario, según apunta Cyril Connolly (Obra selecta. Lumen, Barcelona 2005) la Iglesia –institución celosa, mundana y dogmática- cuando ha sido lo bastante fuerte para hacerlo ha traicionado sus principios espirituales.
Actuando local, sumándonos en amigable compañía a los paseantes podemos remontar nuestro pensamiento a lo global, haciendo escala en Europa, cuyo último sentido consiste en ser centro emisor, exportador, de pensamiento, de derechos, de libertades y  de prosperidad. De tal manera que si renunciara a esa condición sería para convertirse en receptora, importadora de barbarie, de esclavitudes y de precariedades. Debe reconocerse que Europa ha generado un modelo social, el del estado del bienestar, admirado y envidiado en todo el mundo, tanto en Estados Unidos, como en Japón, en China, en India o en América Latina. Un modelo que genera cohesión social, que atempera las exasperaciones en las desigualdades de renta y ofrece algún confort a los desfavorecidos, que reconoce y premia el mérito de quien logra el éxito pero que no considera necesariamente culpables a los pobres por el hecho de encontrarse en esa situación de pobreza.  
Sostiene Jorge Wagensberg en su libro El pensador intruso que la creatividad de la mente humana requiere: 1) tener una buena idea; 2) darse cuenta de que la idea es buena y 3) convencer de ello a los demás. Enseguida advertimos que tanto para contrastar la bondad de una idea como para convencer a los demás de que posee esa cualidad, la sociedad de la información y la comunicación desempeña una función decisiva. Porque la información y la comunicación o si se quiere los medios de información y de comunicación vienen a ser los administradores tanto de la luz que esclarece y conforta como de las tinieblas que atemorizan confunden; proporcionan tanto el aura de la notoriedad como el difumino del incógnito. La información y la comunicación se ocupan de la exaltación de la heroicidad pero también de la asignación de la vileza. En todo caso, como reclamaba Ortega, reaccionemos ante sociedades con la sensibilidad amputada o atrofiada, contaminada de ese “plebeyismo ambiente” que nos mueve a medir la vida con la métrica de nuestras horas inertes. Mientras repitamos con Agustín García Calvo sus versos:
Enorgullécete de tu fracaso,
que sugiere lo limpio de la empresa:
luz que medra en la noche, más espesa
hace la sombra, y más durable acaso.

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