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JUAN CRUZ
Periodista

La noche del 16 de marzo de 2006 el rey Don Juan Carlos saludó el centenario de Francisco Ayala como un acontecimiento que debería ser recordado como un record en los anales de la vida intelectual española. Nunca antes, dijo el monarca en el brindis que tuvo lugar en la Biblioteca Nacional, se habían celebrado en vida los cien años de ningún escritor de nuestra lengua.
Y ahí se festejaba la ocasión, ante un Francisco Ayala sonriente y feliz, rodeado de su familia -en la que abundan las mujeres, por cierto- y de sus numerosísimos amigos, entre los cuales estaban también sus editores. Dos personas de excepción, que han ayudado a que este centenario tenga ahora el brillo que resulta evidente: Carolyn Richmond, la segunda esposa de Ayala, y Luis García Montero, el comisario elegido por el Gobierno para dirigir los fastos del centenario.

"El rey Don Juan Carlos saludó el centenario de Francisco Ayala como un acontecimiento que debería ser recordado como un record en los anales de la vida intelectual española"

Y fue precisamente Luis García Montero el que le dio a su centenario maestro -y paisano, ambos son de Granada- el mejor regalo del día. En medio de botellas de champán y de whiksy, de flores y de tinteros -un tintero, y una pluma, fue el regalo de la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, y este fue acaso el presente más simbólico de la jornada-, García Montero le entregó a Ayala, a medida mañana, un obsequio que emocionó vivamente al hombre que cumplía años.
Era un volumen pequeño, metido en un estuche que contenía otro volumen de las mismas dimensiones. Uno de esos volúmenes era del propio Luis García Montero, sobre el cine en la obra de Ayala, y el otro era Indagación del cinema, el libro con el que en 1929 el autor de Recuerdos y olvidos saludó al arte que iba a impregnar, y seguirá impregnando, la cultura y las artes de todo el mundo. Editado primorosamente, en facsímil, por la editorial Visor, aquel viejo libro de Ayala restallaba ante los ojos de su autor ahora centenario con el brillo que debió tener cuando lo vio por vez primera, en el momento culminante de su juventud creativa.
Ayala lo sacó del estuche, sonrió, se sentó a hojearlo, y a olerlo, y luego habló de él con la tranquilidad y la distancia con la que siempre se acercó a los momentos más emocionantes de su vida. En ese momento vi en los ojos del escritor granadino varios brillos a la vez, el brillo de la melancolía de los años pasados, y también el brillo de la gratitud por una vida larga y cumplida.
Entonces nos contó cómo había salido ese libro, el tercero en su producción; los dos anteriores le habían afirmado como uno de los intelectuales españoles con más porvenir por delante.
Estaba a punto Ayala, en aquel 1929, de andar un camino que ahora está descrito con hondura y puntualidad en sus Recuerdos y olvidos; esa andadura tuvo una herida duradera y fatal, la de la guerra civil, que interrumpió el intento de la República de presentarse como una solución democrática y civil para un país que estaba acostumbrado a enfrentarse a garrotazos.
Antes del exilio definitivo, Ayala regresó a su país, desde un viaje ocasional a Argentina, se reintegró a la esperanza y a la lucha de la época, y luego aceptó, con paciencia rabiosa, el largo exilio posterior.
Volvió a España en los sesenta, y se reintegró con gran independencia civil a lo que aquí se venía cociendo, frente al franquismo, a favor de una convivencia distinta, que él mismo alentó desde sus años americanos, al frente de publicaciones que, desempolvadas ahora, muestran hasta qué punto el compromiso de Ayala con la libertad fue indesmayable.
Otro de esos libros que el centenario ha hecho resucitar, Historia de la libertad, que se ha reeditado sobre todo para los muchachos de Granada, cumple el propósito de ir haciendo crónica del esfuerzo de Ayala por mantener viva, en medio de todos los conflictos de su experiencia, su pasión ética por propiciar una convivencia basada en la dignidad de la libertad.
En estos años en que ya disfrutó con sus conciudadanos de la libertad conquistada tras el franquismo, Ayala siguió blandiendo su pluma contra los lugares comunes; sus artículos de prensa, sus intervenciones públicas, han sido una demanda constante de sentido común y de cordura; animado por la ironía -e incluso por la mala leche, cuando ha tenido que usarla-, este hombre que aquella noche del 16 de marzo asistía sonriente y feliz al brindis del Rey nunca aceptó otro compromiso civil que el de la libertad: la libertad de estar, de decir, de abrazar o de despedirse. El centenario le ha hallado incólume y lúcido; ahora recibe parabienes, por su salud y por su decencia. Él los recibe sonriendo; mirando y sonriendo, como si estuviera contándose a sí mismo la larga historia de sus años.

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